Sofía y sus amigos han decidido quedarse en la terraza de un bar para celebrar el final de los exámenes. Sobre la mesa, más de cinco jarras de cerveza, un tinto de verano y un par de copas de vino. Sofía, en cambio, opta por pedir una botella de agua, acompañada de un vaso con hielo. No está enferma ni tampoco tiene que conducir después; no se une a la celebración con una bebida alcohólica porque la joven madrileña es abstemia por propia voluntad, pese a que su entorno no se lo crea. Forma parte del 13% de jóvenes españoles que no ingieren ni una gota de alcohol y, como nos cuentan algunos de ellos, ser abstemio no es un problema, pese a los comentarios que soportan. En el caso de Sofía, bebía de vez en cuando con sus amigos, lo justo, «como cualquiera de mi edad», pero fue en la pandemia cuando decidió no volver a probar ni una gota. «Yo, ¿por qué voy a beber? Me paré a pensarlo y me di cuenta de que no tenía sentido. Si de hecho siempre preferida agua, me parece una maravilla. Así empezaba un artículo de Javier Palomo, en ABC, la Nochebuena pasada. Sofía, coincido contigo en todo. Yo incluso voy más lejos. Soy abstemio total. Jamás he bebido alcohol, simplemente porque no me gusta. Me he visto obligado a soportar como tú, los mismos pitorreos, bromas y cachondeos, al llegar el camarero con la bandeja a tope de cañas, vinos, champán y una botella de agua. Pero jamás me ha importado. Abstemio es el que no bebe ningún tipo de bebida alcohólica, ya sea porque no le gusta o porque es consciente del daño que produce su consumo. El 13 % de la población española bebe alcohol todos los días, pero también hay otro 13 % de los españoles que son abstemios totales. La generación Z, los nacidos a partir del 2000, está cambiando los esquemas. Informes de Reino Unido y Estados Unidos, afirman que esta generación es más propensa a no beber que sus predecesoras. En 2018, el epidemiólogo Albert Spelt fundó una «comunidad de sobrios curiosos» que inunda las redes. Este movimiento consiste en que los bebedores habituales tratan de dejar el alcohol a un lado. Empezó en Inglaterra, pero en el último trimestre del año pasado una oleada de ‘influencers’ españoles han replicado la idea y se han aventurado a predicar esta experiencia de apartar la bebida, aunque sea durante una temporada. El ‘TikTok’ lleva más de 400 millones de visualizaciones y los jóvenes presumen de que ha cambiado su vida al dejar de beber y se animan para continuar con el reto. Es el mundo de los ‘influencers’ que cambian modas y conductas de los adolescentes. Spelt asegura que estamos lejos de que todo el mundo se vuelva abstemio, pero es probable que en un futuro próximo los jóvenes únicamente beban una o dos copas en celebraciones puntuales, y vale.
No obstante, España es uno de los países que tiene la cultura del alcohol más asimilada y como todo el mundo bebe, hay una presión normativa hacia el consumo de alcohol, hacia la invitación, hacia ser normal, hacia no ser raro y diferente al resto. El colmo de esta marginalización y exclusión social llega a la hora de los brindis. Brindar consiste en manifestar el bien que se desea a alguien o algo al beber vino o licor. El rechazo a los que brindan con agua es total. Los antiguos griegos brindaban con agua cuando algún ser querido moría, ya que pensaban que los muertos bebían agua del río Lete, un río del Hades. Lete significa olvido y por ello, pensaban que los muertos, al beber agua de este río, olvidaban por completo su vida anterior. Esta leyenda originó la idea de que brindar con agua era un augurio de mala suerte para alguien. En algunas culturas el brindar con agua está mal visto porque el agua, al no ser alcohólica, no tiene la capacidad de alejar los malos espíritus o purificar el alma, como se cree que lo hace el vino o el licor. Todo son ocurrencias sin fundamento. Pero la corriente va en la dirección que marca el alcohol. Si te opones a ella corres el riesgo de ser raro, extraño, diferente, excepcional, insólito, único y atípico; casi anormal. Como se consume para ‘socializar’, si rechazas el alcohol, corres el peligro de sentirte excluido por raro. Se resume en una eslogan muy breve: «Para hacer amigos necesitas beber alcohol». En el escaparate de una vinatería de mi calle se exhibe este letrero: «Nunca hice amigos bebiendo leche».
Hay que ser valientes para cambiar esta tendencia. Un 13 por ciento de los jóvenes españoles apuesta por una vida sin alcohol. Ellos tienen razones sobradas para hacerlo. La Organización Mundial de la Salud (OMS) instaba a los países a que aumenten los impuestos sobre el alcohol porque subiendo los precios de las bebidas alcohólicas en un 50 % ayudarían a evitar más de 21 millones de muertes en 50 años y generarían 17 billones de dólares en ingresos adicionales. ¡Casi nada lo del ojo!
En mi caso soy abstemio porque jamás me ha gustado el alcohol, pero nunca me he sentido excluido. Con todo respeto a los bebedores, me siento orgulloso de mi aversión al alcohol porque estoy convencido de que: «Consumir alcohol es perjudicial para la salud. Los expertos dicen que causa problemas de salud, mal humor, falta de sueño y de concentración. Existen más posibilidades de depresión y la ansiedad. El consumo de alcohol aumenta el riesgo de desarrollar ciertos tipos de cánceres de cabeza, cuello, esófago, hígado y colón y, en las mujeres, el cáncer de seno. Esto es debido a que el hígado trabaja demasiado al intentar eliminar las toxinas que se ingieren al tomar bebidas alcohólicas». Además de otros detalles de poca importancia como alegrarte de que la policía te pare para hacerte controles de alcoholemia o rebajar la factura de la comida en el restaurante hasta un 40 %. Sí, querido lector, soy abstemio, ¿Y qué?