También se podría decir, siguiendo los dichos populares, que «nadie se acuerda de Santa Bárbara, hasta que truena», incluso, estirando un poco la interpretación, que «el que la hace la paga», aunque, en el este caso, en el que, por supuesto, me estoy refiriendo a las inundaciones que padecemos, más bien habría que decir que el que «no» la hace, la paga.
Creo que a todos nos ha dejado muy impresionados las imágenes, y, probablemente nos hemos puesto en su lugar, pero seguro que ni de lejos se llega a lo que, en la realidad, ellos están pasando. Y lo digo con un ligero conocimiento, pues personalmente me tocó una ‘dana’, no se me olvidará, el 24 de septiembre de 2022, con 140 litros por metro cuadrado en una hora, en una vivienda unifamiliar a un kilómetro del mar, a las 11 de la mañana que parecían las 11 de la noche, viendo subir el agua, al principio con curiosidad y luego ‘acongojamiento’, dicho suavemente, cuando entraba en la vivienda. Por suerte estaba en un terreno en alto y no pasó de los 30 cm. Aquello, frente a esto, fue una broma. Pero recuerdo el ‘acongojo’, me pongo en Valencia, y aún así, creo que no llego a imaginármelo.
Que por las condiciones climáticas «de siempre» en la costa mediterránea se producen «danas» (o sea las gotas frías de siempre), es sabido desde hace siglos. Que cada cierto tiempo lo son en grado superlativo, es sabido desde hace siglos. Que las condiciones geomorfológicas del terreno en las costas generan torrenteras de muy difícil control en condiciones de lluvia extrema, también se sabe desde hace siglos. Y algo que siempre nos decían en los años mozos de estudio de nuestra carrera en la asignatura de urbanismo: a la hora de proyectar, tengan mucho cuidado con como tratan los cauces naturales, porque las aguas, si no las reconducen correctamente, siempre vuelven a ellos.
Cuando en 1957 se produjo el desbordamiento del Turia, que pasaba por el medio de la ciudad (aunque para ser exactos, la ciudad se construyó alrededor del Turia, y ese es el grave problema urbanístico y de ordenación del territorio en todos, absolutamente todos los núcleos urbanos) las consecuencias fueron muy similares a las de ahora. Menos espectaculares, creemos, porque la memoria es flaca y de aquellos tiempos muy pocos quedan (quedamos) que la recuerden. Por ejemplo, no recuerdo esos montones de coches de hoy, pero claro, es que no había casi coches, ni allí ni aquí (porque los chavales patinábamos por la calle Alcázar de Toledo, libremente, a cualquier hora del día). Pero esta es otra historia.
Y menos mal que, tras el desastre del 57, se iniciaron los trabajos para desviar el río Turia, cosa verdaderamente complicada dada la veleidad de los fenómenos atmosférico, pero se hizo. Se plantearon tres posibles soluciones y se adoptó la de Eustaquio Berriochoa. Tardó años en terminarse, y la verdad es que ha pasado la prueba con éxito, porque si no, toda la ciudad y, por supuesto, todo el conjunto cultural del antiguo cauce estaría hoy por los suelos o vaya usted a saber dónde, demostrando que, aun cuando el control de las aguas «descontroladas», valga la redundancia, es difícil, no es imposible.
Y lo es a pesar de la tendencia del hombre a cumplir aquello de que es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, porque nos contaban unos compañeros de profesión valencianos que, hace unos diez años, a unos miembros electos de la ‘Generalidad valenciana’ se les ocurrió proponer que, ya que el nuevo cauce, el de Berriochoa, permanecía sin agua (consecuencia de su sobreexplotación, según los usos y costumbres actuales), lo que había que hacer era reutilizarlo para construir instalaciones deportivas, culturales y de esparcimiento para la ciudad. Visto lo visto todavía parece que quedan muchos premios nobel por ahí pululando.
Controlar unas aguas en los volúmenes tan extraordinarios que se han producido es complicado, es verdad, y mucho más en poblaciones costeras, propicias para las torrenteras, con cuencas muy cortas sin espacio de maniobra para obras hidráulicas de entidad que lo corrijan. Pero algo se puede hacer (a la vista está la desviación del Turia), al menos para minimizar y obtener tiempo de reacción.
Según los comentarios oídos, esos planes están redactados desde hace tiempo, pero… como casi siempre, nada se ha hecho, aunque supongo, espero, que vistas las consecuencias, nuestros dirigentes se comporten como tales y pongan manos a la obra para, ¡ya!, para acometer las obras oportunas.
Y aquí me entra una duda existencial, por definirlo de alguna manera. Las Obras Públicas Hidráulicas, y lo escribo con mayúsculas, pertenecían, hace muchos años, al Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo. Al paso de los tiempos fueron pasando de ministerio en ministerio de distintas denominaciones, hasta el día de hoy que recaen en el Ministerio de Transición Ecológica. Y ahí están mis dudas, porque quisiera saber cómo se va a encarar todo ello, pues es el ministerio que, siguiendo las normativas europeas (según dicen), ha estado cerrando todo tipo de presas, represas y embalses para, se supone, recomponer el estado ecológico de los cauces. Concretamente, según los datos confirmados, en el año 2021 se han eliminado ciento cuatro, más del doble de las demolidas por Suecia (40) y Francia(39), que son los siguientes países más ‘demoledores’, y cincuenta veces más que, por ejemplo, Alemania (2). Y son esas presas, represas y barreras las que pueden controlar el curso fluvial.
Por las mismas, qué decir de la prohibición de limpieza de bosques y cauces, que sí, protegerán a los conejos y las ranas, pero también favorecen los incendios y las inundaciones.
Y, siempre que escribo o hablo con los amigos de la situación que se crea tratando de conciliar las directrices ecológicas con las personales de sus habitantes, me viene a la memoria el comentario de un gran amigo, hoy fallecido, ingeniero de montes y siempre vinculado al medio natural que decía que, sí, la naturaleza hay que protegerla, pero, en caso de conflicto, lo primero a proteger era el señor de la boina.
Así que, me gustaría saber cómo lo va a resolver la señora ministro de Transición Ecológica, porque tiene un grave problema, sobre todo a la vista de cómo se ha conducido a lo largo de estos últimos años con todo lo referente al tema.
Aunque, a lo mejor, el problema se resuelve sólo, teniendo en cuenta su recto sendero hacia Europa.
En todo caso, me temo que, como siempre, vamos a asistir a una explosión de promesas, un río de estudios y propuestas, que luego… ya veremos. Y si no, véase La Palma.
Y es que, siempre que pasa igual, sucede lo mismo, y por eso, no me he podido sustraer a la tentación de reproducir la ilustración de la página de opinión del 31 de enero de 2020.