Hay mensajes velados que se ocultan envueltos tras las notas de una canción triste, y que vuelan al capricho del ábrego, viento de un otoño, que ya se atisba al borde de algún polvoriento camino, escondido, para orillar los últimos recuerdos de un verano que solo resuena, resistiéndose a la sepultura, como eco mortecino de una promesa que solo fue sueño.
Hay melodías que horadan el alma porque llegan del ayer. Y reaparecen con la insistencia de una plegaria serena después de latir agazapadas lacerando, y esperando, tras una hilera despistada de cipreses semidesnudos que se yerguen, invictos, sobre las márgenes de algún río olvidado, que ya remansa sus aguas cansadas en las márgenes del pueblo.
Hay sones que se reclutan en las bodegas del baúl de los recuerdos en el hibernan, como dormitan los geranios, que ya replegaron su intensidad cromática por no tener quién les mire, y que se derraman junto a los perros nostálgicos que yacen aburridos por no poder ladrar a los extraños que un día llegaron.
Pero ya todos se fueron: los niños que surcaban los vientos a lomos de los montes mientras soplaban dientes de león y descubrían madrigueras clandestinas de grillos dormidos, la anciana que dormitaba en el escaño al ronroneo de las moscas revoltosas, los novios estrenados que musitaban promesas de amor ya marchitas ahora al ocaso del estío, el hombre que extirpaba las malas yerbas en la tierrina de antaño, y hasta la mujer temprana que estrenaba los senderos al rayar el alba remansando la tierra al compás de aquella vara de avellano.
Cada siete de septiembre es nuestro aniversario. El del olvido, el de la luz que palidece y ve conquistar sus horas al atardecer, que cruza el umbral, cada día más temprano, a un ritmo melancólico que trae rumores de nostalgia.
Es este mes de citas y despedidas, de promesas de reencuentro, de proyectos ambiciosos, de estrenos conocidos. El mes en que todos andamos de vuelta al regazo de la cotidianeidad.
Hay canciones que hacen palidecer el alma porque nos recuerdan que hay sueños imposibles que siempre anidarán, entre versos, en lo más profundo de nuestros anhelos, esperando ser rescatados cada vez que un rayo de sol nos recuerde que la pasión, también vive de los recuerdos que atesora la memoria.
La canción habla de «las manos por debajo, cuida que el rincón siempre permanezca reservado» y si no fuera posible, guarda un hueco en tu memoria para que en lo secreto, vibren los ecos esperanzados de una canción de verano que suene, aunque sea siete de septiembre.
Porque aún es verano, aunque no lo parezca.