Muchos siglos pasan a la historia con algún tipo de apelativo. Si el XXI trasciende adjetivado, es muy posible que lo haga como «El siglo de las mujeres». No hay más que echar un vistazo a nuestro alrededor para comprobarlo.
Si acudimos a una presentación literaria, el 80% del público asistente son mujeres. Lo mismo ocurriría en un concierto de música culta. Ellas leen, ellas escuchan. ¿Dónde están ellos? Seguramente los más jóvenes jugando a la consola, la siguiente generación de copas y los más mayores viendo el fútbol en un bar.
Nuestra naturaleza afectiva y altamente emocional siempre nos ha llevado a cuidar de nuestro entorno. La diferencia es que en otras épocas nuestra misión se circunscribía a hacerlo en exclusiva. Hoy los hombres nos ayudan más en estas tareas y si no, buscamos alternativas. No descuidamos a los nuestros, pero no renunciamos a nuestras metas.
Las mujeres del siglo XXI, al menos en el mundo desarrollado, estudian, letras y ciencias, cuidan sus relaciones, deciden por sí mismas, ponen fe y esfuerzo en todo lo que hacen y luchan por lo que ansían.
Recientes estudios académicos, como el realizado por Nagore Iriberri, economista y profesora de la UPV, muestran que ellas tienen un expediente académico más brillante, estudian más y sacan mejores notas a lo largo de sus estudios universitarios. Sin embargo, en pruebas de alta presión, como competiciones matemáticas o la propia selectividad, ellos ganan, porque acuden con menos miedo. A nosotras nos gusta menos competir.
Quizás la clave no sea pensar en un posible triunfo del feminismo si lo hacemos desde una perspectiva de falso orgullo, hembrista, vengativa, ni deberíamos caer en el derrotismo cuando no logramos ser lo suficientemente competitivas. El secreto tal vez resida en compartir, hombres y mujeres, lo mejor de nosotros mismos. Aprender de ellos a no dejarnos avasallar por la presión y que ellos se animen a seguir nuestro ritmo.