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Lo que significa Lamine Yamal

15/07/2024
 Actualizado a 15/07/2024
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Cuando escribo estas líneas falta poco tiempo para que empiece la final de la Eurocopa de fútbol. Un momento cumbre en este mes de julio para muchos, pero sólo una tarde de domingo, animada, eso sí, para otros. Aunque ya sé que las finales se ganan, no se juegan, como dicen esas frases que tanto nos gustan (y que no suelen ser verdad, como aquella que aseguraba que siempre ganaba Alemania), lo que más me ha emocionado de estas últimas semanas futboleras ha sido la emergencia de Lamine Yamal. Bien está ganar y volver a ganar (no puedo saber qué va a pasar esta noche, o sea, lo que ya conocen todos ustedes a estas alturas), pero lo importante a veces se esconde más allá de lo evidente. Y Lamine Yamal nos permite hacer algunas lecturas importantes de la actualidad que superan el fútbol y que nos interpelan como país y como sociedad.

Ha querido la casualidad (o no) que este muchacho que el sábado cumplía 17 años haya saltado a todas las portadas (casi diría que globales, tanto en los periódicos deportivos como en los generalistas) en el momento en el que la inmigración se ha convertido en un tema de debate político bastante amargo en Europa, y, por qué no decirlo, en España, con el asunto de los llamados ‘menas’ (no me gusta llamarlos así), es decir, los menores no acompañados que ponen con gran riesgo y fragilidad un pie en el futuro (Canarias, sobre todo, que es el lugar al que llegan ahora la mayoría de rutas migratorias) sin saber qué va a ser de sus vidas y de sus familias (que muchos habrán perdido, o habrán tenido que dejar atrás).

Yo creo que este país es solidario y es muy generoso. Lo ha demostrado muchas veces, a pesar de las dificultades, que no han sido pocas. Hemos sido un país emigrante, claro es, y de alguna forma lo somos incluso hoy (ahí está esa impresionante pérdida de talento que estamos sufriendo, por falta de oportunidades para jóvenes con gran formación: la emigración sigue, aunque sea de otra forma). Por supuesto, siempre aparecerán los que aseguran que nada del pasado es comparable con la emigración masiva (e ilegal, añaden de inmediato) que arriba hoy a las costas de Europa. Nada sucede por casualidad, todo tiene una explicación, y es obvio que, ante los graves problemas derivados de los conflictos bélicos, los desastres naturales, los estados fallidos, las economías desestructuradas o corruptas, los seres humanos tienen que hacer algo para salvarse (aunque perezcan tantas veces en dramáticas circunstancias, en esos cercanos cementerios marinos en los que en el pasado se construyó toda una civilización). 

Quiero decir que la preocupación por la inmigración se comprende, por supuesto que sí, pero ha de manejarse con cuidado, con sentido humanitario, desde luego, y con la altura de miras que se les supone a las democracias occidentales. A pesar de todas las dificultades, insisto, este es el mundo rico y ordenado, por mucho que aparezcan algunos con ganas de destruirlo o hacerlo más salvaje. Hoy Europa sufre un acoso feroz de naturaleza múltiple, como es bien sabido, las democracias en general, en todo el mundo, viven episodios de extraordinario desgaste, y quizás algún día nos arrepintamos, quién sabe si demasiado tarde, de lo que podríamos perder, de los efectos de esta demolición de los principios de fraternidad e igualdad, que son los que deberíamos defender y promover sobre todas las cosas. Un continente con este poso cultural e intelectual no puede caer en las redes del populismo demagógico, ni puede creerse que el infierno son los otros. No es admisible que manejemos lo complejo desde la simpleza. 

Pero sí, a pesar de vivir en la era de la información, es muy cierto que hoy resulta fácil convencer, o eso es lo que parece, a gran número de ciudadanos de casi cualquier cosa, utilizando técnicas de seducción y propaganda, con más recursos, sin duda, que en el pasado (donde, por supuesto, también se intentaba convencer a todo el mundo para conseguir una cosa o su contraria). Las últimas elecciones europeas, de las que ya hablamos aquí, han demostrado, con todo, que Europa conserva una mirada equilibrada y serena, que la razón y el análisis científico, prevalecen aún sobre la demagogia y la propaganda. Todavía hay una oportunidad de que se mantenga la cordura, la solidaridad y el humanismo, siempre tan necesario para la convivencia. Sí, a pesar de todo, la esperanza se mantiene. 

Digo que Lamine Yamal se ha convertido en un símbolo en estos días, y no sólo por su calidad futbolística, que resulta atronadora. Mientras Vox rompía los gobiernos autonómicos con el Partido Popular, en un movimiento muy rápido que muchos analistas aún no logran entender del todo, Lamine, hijo de un marroquí y una guineo-ecuatoriana, se alzaba como la gran figura de la Eurocopa, junto a otros jugadores, por cierto, cuyos ancestros provienen también de otras latitudes semejantes. Ya sé que es fácil apoyarse en alguien con tanto talento en lo suyo, destacar al que ya destaca, elogiar al genio que todo el mundo aclama, hablar del triunfador en estos términos, pero creo que Lamine sirve perfectamente como ejemplo de esa necesidad de igualdad e integración, de diversidad y aperturismo que tienen nuestra sociedad. Y de cómo la diversidad es una forma de riqueza.

Esto es lo que significa ya Lamine Yamal, y, aunque sea un ejemplo de triunfador (y del esfuerzo de los que han estado a su lado), no debemos olvidar que los prejuicios absurdos (no digamos ya los del color de la piel) no pueden tener cabida en una sociedad moderna y abierta. No y mil veces no. No es posible que caigamos, como sociedad evolucionada, en semejantes simplezas, en ideas que pertenecen a tiempos ya caducados. Tampoco se trata de celebrar la excepción: son las oportunidades lo que hace que lo excepcional se convierta en lo habitual. Aunque, claro es, no todo el mundo tiene los mismos talentos. Ni, eso me temo, las mismas oportunidades. Pero celebremos a quien las ha tenido, o a quien ha sabido buscárselas.

Me alegra que la selección de este país sea un reflejo de la diversidad. Es algo sano, justo y seguramente es lo que salvará a una sociedad envejecida como la nuestra. Ahora, mientras el verano sin verano avanza (casi parece aquel de 1816, en el que Mary Shelley inventó ‘Frankenstein’), descubrimos que julio ya no es un mes de vacaciones. La política no se detiene, todo está en ebullición. ¿Servirá la ruptura de Vox para que Feijóo regrese a la moderación de la que se supone que procedía? ¿Qué implicará la salida de Vox de los gobiernos autonómicos? Grandes enigmas para atravesar este verano, si el verano llega al fin. Pero Lamine es una certeza.

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