02/03/2025
 Actualizado a 02/03/2025
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«Pues ya se nos metió marzo». De esta forma, y con un suspiro incorporado, murmuraría la abuela tal día como ayer, que nació marzo. Y lo confirmaría con un gesto tan sencillo como eficaz, poniendo el tiempo en orden, ubicando la fecha exacta y colocando la luna en la fase correcta. Todo eso conseguía con un simple tirón, arrancando la hoja del calendario colgado en la pared de la cocina. Era así como nacían los meses en aquella casa, con su frase bautismal dándoles nombre: «Pues ya se nos metió…» Y no sabíamos si sonaba a nostalgia, a queja por la fugacidad de la vida o era alegría, al intuir la primavera, porque usaba el mismo tono y el mismo suspiro para bautizar todos los meses. Eso sí, lo hacía en ayunas, como si no pudiera desayunar con un febrero caducado y la luna de ayer allí colgados, presidiendo el almuerzo. 

Mientras ella ya era marzo, él, siempre más cachazudo, cogía el almanaque del aparador, ese taco de hojitas pequeñas en el que los días solo duran veinticuatro horas, mucho más efímeros que los que cuelgan en el calendario de la pared, esperando a sus compañeros para irse todos juntos, como un racimo de días y lunas arrancados por la abuela. Y mientras desayunaba, como cualquier otra mañana, se tomaba el tiempo necesario para ver en qué día del año estábamos y cuántos quedaban para volver a comer las uvas. «Ya hemos consumido 60 días y nos quedan 305», decía para sí mismo porque ella ya andaba trasteando entre macetas, con unos bulbos que tenía planeado plantar el 1 de marzo. Al él le gustaba mirar con precisión de segundos a qué hora salía el sol cada mañana, aunque el gallo y él lo sabían de sobra, y a qué hora se pondría por la tarde. Imposible saber cuánto duraba aquel ritual de estudiar la hojita de almanaque que, en apenas unos centímetros, además de ubicarte en el día y la semana, de informarte de los cuartos menguantes y crecientes de la luna que te cubre, añade mensajes y consejos filosóficos o religiosos, por si hay ganas de pensar en algo, además de la lista de nombres que se celebran ese día. 

Qué poca falta hacían aquellos consejos a la gente de campo, que se entendían con los santos y éstos, sin mediar palabra, les dictaban la labor de cada día, poniendo a funcionar el perfecto engranaje que componen tierra y hombre. Sin más horarios que los que dice el refranero: «Marzo marceador, llueve por la tarde y por la mañana hizo sol». Así empezaba la sementera de garbanzos, lentejas y cereales. La hierba nace porque sabe que tiene que nacer y el tordo se va al doblarse el mes por la mitad, dejando espacio libre en el cielo a los vencejos y golondrinas, que ya asoman a lo lejos. Los unos y los otros saben que «San Raymundo trae la golondrina del otro mundo». El mismo día que da el sol a la sombra y canta la alondra. Y, de la misma forma, pocos días después, era el carpintero de la Biblia quien avisaba, a su manera, de un cambio de estación, que de todo hay en este mes. «San José, esposo de María, hace la noche igual al día». Esta era su forma de saber que el equinoccio del 21 de marzo, iguala la noche y el día y la primavera se mete en casa con cambios de humor infantiles, desorientada y bipolar, como una niña girando con los brazos abiertos, con el invierno tirando de un lado y la primavera del otro, convirtiendo a marzo en un mes inestable, inclinado hacia el viento y el frío en ocasiones, o vistiéndose de veranillo, sin serlo. Y la permiten ser niña, jugar con el viento y ráfagas de lluvia, con el sol y la sombra, hasta madurar y comportarse como una primavera adulta, allá por el 25, que de eso se encargará la Encarnación, cuando los últimos hielos son.

Así iban desgranando el almanaque, con su bendita calma, sin que les marcara el ritmo la tecnología, ni necesitar cuarenta minutos en cada informativo para saber el tiempo que haría. Al abuelo se lo contaban el viento, las nubes y el ganado. Sabía lo que iba a ocurrir, sin error alguno, si las vacas se acostaban, «le picaba el aire» o por el modo de volar los pájaros. Y ella le contaba cenando, que venía frío porque la flor del corredor había recogido los pétalos hacia dentro y el gato dormitaba debajo del escaño. Todo lo que les rodeaba llevaba mensaje dentro y vivían en metáfora permanente. El viento cuenta al abuelo que hará calor y la planta se recoge como una mujer embozada en su manto, avisando a la abuela del frío. Y aunque digan cosas opuestas, ellos saben que el aire y la flor no mienten, que la primavera aún es niña. 

Marzo se ha puesto a rodar. De hoy en un mes, tendrán doble trabajo para organizar el tiempo, añadiendo a la operación calendario, algunos problemas de precisión y vista para cambiar la hora en sus relojes, en el despertador y en el viejo reloj de péndulo que cuelga en el comedor para no ser visto por nadie, salvo ese día. Hoy, tan activo está el mundo que no quise asomarme, solo apetece echar la mañana como ellos, ordenando el tiempo, deseando tener un almanaque, un reloj de agujas y un corredor con hortensias.

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