06/04/2024
 Actualizado a 06/04/2024
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Pasados por agua, como huevos de desayuno británico. Así hemos aterrizado tras el descanso de Semana Santa en España. Así y bastante decepcionados. O tal vez la palabra «decepcionados» se queda corta. Más acertada sería en este caso «envenenados», pues hay descubrimientos tan necesarios como indeseables.

La pandemia no pasó por nuestras vidas para hacernos mejores personas, está claro. Ya nos da miedo abrazarnos, evitamos los besos o los damos con cautela. Nos comportamos con complejo de «apestados» y vamos por la vida corriendo como si virus desconocidos nos persiguieran.

Pero todavía hay secuelas peores y no me refiero a la salud, que es lo más dramático. Me refiero a la terrible revelación o a la inasumible sospecha que ahora tenemos al ver la luz documentos e investigaciones que apuntan (presunciones de inocencia aparte), a un enriquecimiento ilícito por parte de políticos del PP y PSOE (políticos de cúpula, no de a pie de calle) a costa de nuestra supervivencia. Le estoy dando muchas vueltas y no debería ser tan suave. Que se han hecho de oro ellos y sus familiares y amigos con el negocio de las mascarillas, con los equipos médicos, con los respiradores. 

Lo mismo da que hablemos de rojos o de azules. Hay basura en ambos contenedores. Hay Ferraris y casoplones provenientes de estos lodos en ambos bandos. Y para colmo ayer leí en un diario que la Sra. Ayuso y la Comunidad de Madrid están reclamando a familiares de ancianos fallecidos en residencias dinero correspondiente a esos últimos días en los que perdieron la vida sin que nadie pudiera atenderlos ni visitarlos, es decir, por falta de medios. Murieron muchas personas mayores porque nadie fue a atenderlas. Y murieron solos. 

Esto es el colmo de la desfachatez. No me extraña que sus hijos no quieran pagarlo y lo que les pide el cuerpo es tirarle la carta en la cara a la presidenta.
¿Y todavía hay alguien dispuesto a votarlos? ¿No sería mejor botarlos?
 

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