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Síndrome del autónomo

29/08/2024
 Actualizado a 29/08/2024
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No descanso bien. Hay noches que me despierto sobresaltado hasta que compruebo que todo sigue en su sitio y el resto duermen. Siento una intranquilidad constante como si el mundo se hubiera vuelto de repente demasiado peligroso. Soy distinto y mis prioridades han cambiado. Dudo de si lo estaré haciendo bien. Padezco una fuerte preocupación económica que viene y va como las mareas. Tengo miedo al futuro, y el futuro es cualquier día más allá de mañana. No, no he sido padre. Esto me pasa desde que me hice autónomo.

Para que lo entiendan los despreocupados funcionarios y los apacibles trabajadores por cuenta ajena el síndrome del autónomo es lo que sentías justo después de los exámenes de fin de curso, cuando había todavía un puñado de días en los que cualquier tiempo ocioso parecía irresponsable. O cuando llegaban rumores de despidos en tu empresa y podrías ser tú. Pero esa inquietud dura siempre. La inestabilidad laboral del autónomo obrero (que factura lo justo para no deberle más a Hacienda y al banco de lo que queda en la cuenta a final de mes después de adelantar IVAS y pagar cuotas y recibos) crea un estado permanente de necesidad. Hay que avanzar proyectos, enviar facturas, revisar propuestas y buscar clientes. Cualquier tiempo libre da taquicardia. «¡No puedes permitírtelo!», te dice desde dentro una voz ronca y arenosa que no conocías. Y así acabas trasnochando para contestar correos, con el ordenador en el maletero en vacaciones para no saltarte los plazos, el teléfono de tu asesor en AA y favoritos y aprovechando la tranquilidad del domingo para redactar ideas. A eso llamamos nosotros flexibilidad horaria. 

En España el autónomo es un trabajador perseguido y explotado por Hacienda. En vez de confianza se le siembra duda. Oveja negra por huir del rebaño a la que todos miran de reojo con sospecha. Sometido a una eterna lucha por la supervivencia. Siempre al límite del desastre. Para el autónomo español hoy es siempre todavía.

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