Sobre lo bonito

08/01/2025
 Actualizado a 08/01/2025
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Creo que perdí la inspiración para escribir algo que sea bonito cuando murió mi abuelo. No sé si era su forma de estar en el mundo, la mirada vidriosa o su cabeza, que se parecía a un viaje por la historia de casi un siglo. O quizá la vulnerabilidad que apareció ya en sus últimos tiempos. De esto, ha pasado ya más de un año.

Fue protagonista del espacio que lleno aquí un par de veces al mes, y lo hizo en muchas ocasiones, pero hace un tiempo que no. Por eso, en los últimos meses me he visto obligada a buscar esa musa en otros rincones o en otras personas (lo intento con la actualidad, pero me cuesta verle ese punto bello), pero la autoexigencia, la productividad o el síndrome de la impostora me ha impedido aún encontrarla.

Durante los días festivos he intentado localizar la inspiración para escribir algo medianamente bonito a la vuelta de tanta comilona y festejo y lo cierto es que, tras enfadarme por polémicas absurdas y fobias que solo sacan a relucir complejos (no esos en los que estamos pensando, precisamente), he acabado por darme cuenta que la belleza sobre la que me apetecía escribir ha estado todo el rato delante de mis ojos.

Lo estuvo cuando mis amigas aprovecharon las vacaciones para contar que este verano habrá dos bebés más a los que llevarnos a las terrazas para tomar un café  y un pincho de tortilla, aunque la cocina solo cierre los lunes y cuando consigamos quedar –efectivamente–, sea lunes. O cuando los amigos pensamos en sacar unas entradas para un concierto en febrero. También al sorprenderme porque sigo recordando la letra de ‘Domingos de cal’ más de diez años después. Cuando volví a cantar ‘Un año más’ mientras cerraba el bar que más tarde cierra acordándome de una Ana Torroja muy particular. La misma con la que intentaré saludar a Melchor desde el mismo sitio de siempre el año que viene.

Cuando cené pizza, comí churros o un sandwich ‘club’ con la compañía con la que mejor se cena pizza, se comen churros o un sandwich ‘club’. O reconocí que por supuesto me voy a tirar al suelo para jugar a los ‘Hot Wheels’ o a leer un libro que ojalá pronto sea ‘13 Rue del Percebe’.

También cuando mi abuela me cogió para bailar por enésima vez y yo la seguí, y nos daba la risa cantando lo que sonaba en la tele mientras repetía –de nuevo por enésima vez– que «también hay que reírse, ¿verdad?». Cuando mi padre me mandó la foto de los calendarios que podía elegir para este 2025 (por supuesto y como siempre escogí vacas), o mi madre me dijo que tenía mucha comida para que me llevara de vuelta cuando casi ni había llegado a casa. O cuando mis primos me invitaron a tomar algo con sus primos.

No sé si la inspiración ha llegado, pero lo bonito estaba ahí. Siempre lo ha estado.

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