El pasado 10 de septiembre se celebró el día mundial de la prevención del suicidio. Este año el lema elegido fue cambiando narrativas, enfocado a eliminar mitos, discursos sesgados o erróneos. Lograr que la salud mental deje de ser de una vez por todas tema tabú, que toda persona se atreva a pedir ayuda para solucionar cualquier trastorno psicológico de igual modo que uno va al médico cuando sufre una dolencia física.
Se trata de un objetivo que hoy en día, por desgracia, aún está lejos de cumplirse.
La mayor tasa de suicidio, según datos oficiales, se da en personas mayores de 80 años. Dicho colectivo es especialmente vulnerable. Además, los síntomas de depresión, por ejemplo, suelen confundirse con estados propios de la vejez. Se tiende a normalizar que una persona se encuentre triste o de mal humor por el simple hecho de ser mayor.
Una de las situaciones causantes de este problema es la soledad no deseada. Sentirse solo o, peor aún, creerse una carga o una molestia. También influye el hecho de no controlar las nuevas tecnologías, les impide realizar trámites y conectar con la sociedad actual. Lo que se conoce como edadismo o marginación por la edad.
Lo sorprendente es que esta sensación de soledad afecta cada vez más a jóvenes y adolescentes. Las razones son diferentes, por supuesto. Aquí juegan un papel relevante, advierten los expertos, las redes sociales. fomentan las relaciones virtuales en detrimento de las personales. Aparte de generar adicción, ansiedad o problemas de concentración.
Teletrabajo, compras ‘online’, gestiones a través de las páginas web…
Todas ellas herramientas, sin lugar a duda, muy útiles. Se les pueden atribuir múltiples beneficios. Su constante evolución va ligada a una gran practicidad, rapidez, eficiencia o eficacia.
Aunque desde otra perspectiva, quizás, son armas de doble filo que nos encaminan al aislamiento al mismo ritmo que se generaliza su uso.
Este avance hacia la deshumanización, ¿tendrá algo que ver con este sentimiento de soledad?