10/08/2023
 Actualizado a 10/08/2023
Guardar

Sopas de ajo..., seguramente el plato más mezquino de nuestra historia culinaria; y en nuestra tierra, (dura, extrema, llena de miseria y de desesperanza), el más sobrevalorado. Porque juntar agua caliente, pan duro, ajo a esgalla, pimentón, mucho pimentón, y un poco de aceite, (en el mejor de los casos), o de unto, (en el peor), da como resultado un engendro que te jode el estómago y te deja un aliento malvado que tarda en quitarse horas y horas. Julio Camba y Néstor Luján, dos hedonistas magníficos y críticos gastronómicos de postín, hablaban, y no paraban, mal del ajo. Y como decía la Beckham, este país huele a ajo que tira para atrás, hasta llegar a ofender a los espíritus generosos.

Y si bien juntado con el bacalao o el congrio da un magnífico resultado, (porque se echa poco), con el pan y el agua aturde y deja un plato que parece un pan con unas hostias, en el mejor de los casos.
Nunca entendí el afán de la gente con las sopas de ajo. Uno no las come ni en ‘artículo mortis’ porque me repugnan y porque decidió, hace mucho tiempo, que hay que tener principios y llevarlos hasta las últimas consecuencias. Por eso mismo, por los principios, dejó de leer ‘El País’ desde el día siguiente al referéndum de la OTAN, no perdonando al periódico su triple salto mortal del No al Si. Pues eso: odio a las sopas y a lo que representan: hambre y penuria sin cuento.

El caso es que el Presidente de la nueva Junta Vecinal me pidió que hiciera las dichosas sopas el día de Santiago. Como no sé decir que no, pues me puse afanoso a hacerlas. Huelga decir, con todo lo que les he contado, que el resultado fue catastrófico. Resultaron malas con cojones, sosas, según muchos, y sin color. He tenido que aguantar, desde aquel fatídico día, improperios y tomaduras de pelo de casi todos los vecinos de este santo pueblo mío. No es que me moleste, que uno tiene espaldas anchas y acostumbradas a llevar cruces más pesadas, pero llega un momento en que esperas que la gente tenga más imaginación y sea menos cansina a la hora de meterse con uno, porque repetir el mismo chiste muchas veces al final aburre.

Por el contrario, ayer domingo, como colofón al día del ‘mercado tradicional’, qué lo organiza el Ayuntamiento, Ana hizo las mismas dichosas sopas y resultaron magníficas, de lo que me alegro un montón porque la señora me cae de puta madre y porque no deseo para nadie el mal que uno sufre.

A lo que quiero llegar, que me esnorto, es a qué en este país de mierda en el que vivimos no aciertas jamás de los jamases: si haces, porque haces y si no haces, porque eres un vago de manual, un chupa sangres, un sieso que sólo busca su propio beneficio. No diré que no sea verdad en el caso de los políticos, que si lo es, porque son capaces, por ejemplo, de decir una cosa y la contraria en la misma frase; o de sacar la lengua a pacer de mala manera. Sin ir más lejos, el presidente del PNV afirmó la semana pasada que ellos habían parado a la derecha, como si fuesen un partido progresista de pedigrí intachable, cuando lo cierto y verdad es que ellos son ‘la derecha’ por antonomasia en su territorio. Y lo mismo sucede con los nacionalistas catalanes, que presumen de rogelios cuando no lo son, ni mucho menos. O con los troncos de la UPL, que también van de lo que no son. Quiero decir que todos los partidos nacionalistas, (los que ensalzan como dogma lo suyo frente a los demás), son de derechas se mire por donde se mire. Un partido de izquierdas, también por definición, es internacionalista, puesto que no quiere ni admite fronteras, portadores de valores universales. Cierto es, también, que el mayor nacionalista de la historia del comunismo fue Stalin, asumiendo como suyos los principios de los teóricos pan-rusos, él un georgiano.

Volviendo a lo de la comida, que es lo molar de este artículo, creo que valoramos en exceso, como los nacionalistas, lo nuestro, creyéndonos únicos, incluso en lo que comemos y no es verdad. Por ejemplo, los castellanos hacen también unas sopas parecidas a las nuestras, pero las llaman ‘sopa castellana’. No es igual porque ellos la añaden sacramentos que ni por el forro aparecen en las nuestras. Ellos echan jamón o panceta, lo que las alegra hasta límites insospechados; y, sobre todo, no usan, para hacerlas, ni la quinta parte de ajo y de pimentón que nosotros. Son moderados a la hora de las proporciones y se nota en el resultado final del asunto: las suyas, nos pese o no, (y seguro que a los de la UPL les pesa), están mucho más ricas y son mucho menos dañinas.

Últimamente, en el Bierzo, se hace el botillo con arroz. A un servidor le queda de puta madre y pueden dar fe de ellos los cientos de comensales a los que se lo he servido. Pero no hemos inventado nada fuera de lo común. En Zamora, la provincia hermana, se hace desde tiempo inmemorial el arroz a la zamorana, que viene a ser lo mismo: ellos utilizan, para darle gracia al asunto, costilla, trozos de rabo y de lengua de cerdo y algo de espinazo. ¿Os suena?; pues si: es lo mismo que lleva el botillo. Todo, o casi todo, está inventado. No nos creamos el ombligo del mundo, por favor. Salud y anarquía.

 

Lo más leído