Tengo por cierto que los individuos más apreciados son los que menos soserío demuestran. Los que estando en una fiesta ven un sitio libre entre otras dos personas y se lanzan a por él con audacia para paliquear triangularmente, pues han ido a jugar. Hay entre la gente (la humanidad toda, quiero decir) a quien le sale siempre ese juego y gente que necesita estar bien de ánimo y energía (o de estimulantes) para ello, dependiendo de la natural inclinación. El primer subgrupo encajaría en la definición de extrovertido pero no todo el que lo es tiene arte para aquel salseo, mientras que el segundo subgrupo encajaría como introvertido y ni mucho menos todo el que lo es puede superarse para poner sabor a la cuestión de aquel modo. Porque si los abiertos no ven barreras a la comunicación los tímidos luchan a cada momento por sortear lo que perciben como obstáculos, experimentando la mayoría un nivel de estrés considerable en esa batalla y habiendo quienes finalmente consiguen sortearlos y quienes no.
Por eso es un poco injusto el criterio del soserío para pagar o no con nuestro aprecio, porque a los expansivos les sale más fácil el aliño. Otra cosa es que acierten con él, que es donde está el quid para evitar el soserío, y no hay fórmula sintetizada por Heinz para tal propósito. No todo ser sociable es picante y no todo retraído es insulso. Si te acercas lo suficiente y afinas el oído muchos callados sueltan las más gordas, oscuras e incómodas. Mientras tanto, mucho hablador que no cede el micro acaba adormilando a su compañía (y poniendo histérica a la mesa de al lado). Entre estos últimos, los menos soportables son los que esperan continuamente que se les cojan las gracias pero ellos nunca se las ríen a los demás, porque eso depende de una escucha activa de la que son incapaces (queremos creer que no por mala fe).
Dado lo anterior son admirables los que siendo animales sociales saben moderarse para no acaparar, sabiendo que lo poco agrada y lo mucho repugna. Y también que una comida sosa si de textura está bien se puede comer, pero si la misma nada en sal no hay quien de cuenta de ella, diría uno que se fija en que las paellas cortas de sal el arroz termina por acabarse. Lo que nos lleva por arte de correlación a la conclusión de que se puede salvar de la quema el soserío que tiende al mutismo pero no la verborrea agotadora de los parlanchones que lo entierran a uno con su relato descontrolado, inagotable y las más de las veces desaborido. ¿Se entiende?