20/02/2025
 Actualizado a 20/02/2025
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Han pasado ya 12 días, repletos de noticias leonesistas y declaraciones verduleras de unos y otros, pero mi mente sigue en esa mañana del sábado 8 de febrero. Un escueto teletipo me alertaba al encender el ordenador de que un niño de 9 años había muerto en La Bañeza intoxicado por un brasero mientras dormía. Poco después conocíamos que el pequeño era de Camerún y acababa de llegar con su familia hasta nuestro terruño buscando calidad de vida. Qué injusto, piensas. Qué impotencia, sientes. Qué absurdo, razonas, el hecho de tener que escribir una noticia que para la mayoría de lectores es eso, un suceso, pero para los protagonistas de esta historia es un trágico punto y aparte en sus vidas, provocado además por su situación de vulnerabilidad en una casa sin calefacción. Qué injusto, maldices. ¿Qué habrá sido de esta familia?El suceso pasó, la noticia quedó en las hemerotecas y León se olvidó, pero ellos guardan su dolor. No pude evitar pensar en otra triste mañana, la del 14 de febrero de 2010, en la que la prensa tituló que un niño de 11 años había muerto «despeñado» en La Ercina. Aquella información llegó por vía telefónica a mi casa, al igual que a las de mis compañeros de colegio, porque aquel niño era nuestro amigo de clase, con el que apenas dos días antes habíamos jugado a fútbol en el patio de La Palomera. 

Encontrar la muerte tan joven de formas tan aleatorias, inesperadas, crueles y mezquinas nunca tendrá una explicación. Cada día hay un sucedido más, una desgracia más, y todo esto me lleva a pensar en cómo podríamos abordarlo mejor desde la prensa. No tenemos ni la menor idea, es la única respuesta–no respuesta que encuentro. Como tampoco lograba dar con explicación alguna aquel 14 de febrero de 2010, ni al día siguiente la hallábamos en los ojos de los amigos y profesores del colegio, consternados porque la crueldad de la vida nos atizara con ese olor a muerte que solo viene a recordarte que nunca sabrás cuándo será la tuya. Cuando ya casi desespero, me encuentro en estas mismas páginas la mirada limpia de una niña que ha superado el cáncer y que está aquí, respondiendo a las preguntas de una periodista en ciernes con discapacidad, que pelea por lo que sueña pese a lo que tiene . Y ahí está el resquicio de luz que invita a pensar que no todo está perdido, que en la enfermedad se encuentra la importancia de la vida, como seguro que ya dijo alguien una vez, y que las historias –y nosotros– sirven de algo. 

Qué putada, concluyes, que los políticos se dediquen a berrear, alardear e insultarse entre sí, en lugar de trabajar un poco más en silencio por lo que de verdad le importa a cualquier ser humano, que no es poca cosa. Y la primera, que no la única, podría ser Ester Muñoz, que va muy rápida a mentir sobre León y tuitear a quemarropa, pero aquel día no abrió la boca para lamentar la desgracia de La Bañeza. Una vez más, aquellos que se deben a nosotros demuestran que sólo miran para ellos mismos. 

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