No ha sido una semana fácil ni para los amantes del deporte ni para los que más o menos compartimos edad con dos referentes que han decidido poner punto y final a sus carreras. Andrés Iniesta y Rafa Nadal han decidido anunciar, con apenas unos días de diferencia, que ponen punto y final a sus carreras. No es que me dé excesiva pena su situación, más bien envidia, ya que cumplen ese sueño de cualquiera que es jubilarse a los 40. Sin embargo, me jode bastante más el hecho de que la retirada de ambos – aunque de facto ya ambos lo habían hecho hace tiempo –suponga una palmada en la espalda que sirve para recordar que, efectivamente, nos hacemos mayores.
Siempre dije que me sentiría inevitablemente anciano el día que no hubiese al menos un jugador en la plantilla de la Cultural mayor que yo. De momento voy salvando el tiro aunque con muchos apuros (gracias Eneko), pero lo cierto es que para los que anclamos la memoria a eventos deportivos, cada adiós de alguno de sus protagonistas duele como una puñalada en el estómago. Por eso, con esos dos protagonistas es imposible olvidar aquella tarde de julio de 2010 en Mallorca, en la que vimos la final del Mundial en una pequeña televisión situada lo suficientemente lejos como para creernos que el gol de Iniesta había sido fuera de juego claro y ni siquiera celebrar el momento en el que nunca creímos. No se puede ser más pringado.
Con Nadal confieso haber tenido una relación de amor-odio. Me suele pasar que me van cayendo mejor los deportistas cuando comienzan a caer en su excelencia. Ahí es donde de verdad se les ven las costuras y las de este paisano son de las buenas. Tras compartir cinco años de mi vida con un mallorquín coincidiendo con el punto álgido de la rivalidad Federer - Nadal a la vez que un tal Djokovic comenzaba a discutirles, defendí al suizo como si hubiese nacido en el cantón de Basilea por convicción propia y también por hacer un poco más divertidos aquellos domingos de final inolvidables.
Nos hacemos mayores, sí, pero que eso no nos quite ni un ápice de los que hemos disfrutado por el camino. Lo importante, al final, es gozar.