La educación en Castilla y León está acostumbrada a los éxitos. Tiene sus vitrinas llenas de trofeos por su buen hacer. Año tras año y Pisa tras Pisa viene apareciendo en lo más alto del ránking de comunidades españolas y a la altura de la mejor educación del mundo. Realmente a esto no le damos la importancia que tiene, pero en todas las comunidades nos envidian.
En el mes de septiembre apareció una noticia a la que no se le dio apenas publicidad, a pesar de la importancia que realmente tiene: «Castilla y León está al frente de la resiliencia educativa». Nuestra enhorabuena a la consejera de Educación y a todos ‘los currantes’ del mundo educativo de nuestra comunidad.
Voy a dedicar este artículo a poner en lo más alto del pedestal lo que para mí es todo un notición. Reunir en un colegio a los ‘niños de papá’, que pueden disfrutar de todas las comodidades y mimos que se les antojen, que comen y visten como quieren, que viven en casas en las que no falta de nada: ni luz, ni calefacción, ni ‘yacusi’, ni wifi, ni teléfono y ordenador, ni coche para llevarlos al colegio, ni ayudas con clases particulares en casa para que tengan los deberes a punto, ni un profesor de música que les enseña a tocar el violín. Es importante aprender el inglés y, a poder ser, con una persona nativa. Y si esto no es suficiente podrán irse a Irlanda a perfeccionar el idioma. Viven entre algodones, sin correr ningún peligro ni riesgo. Por supuesto que su éxito educativo está garantizado. ¿Pero qué mérito tiene eso? Aquí estamos hablando de otros niños. A estos no les espera nadie a la salida del colegio, ni al llegar a casa. Ellos están solos porque sus padres todavía están trabajando, pasan hambre y frío, no tienen donde sentarse a estudiar cómodamente y lo que sí tienen son muchas dificultades para poder concentrarse un minuto a hacer, sin ninguna ayuda, lo que el profesor les ha mandado. Estos niños están pasando por una situación difícil y adversa, pero se esfuerzan y luchan para superarlo. Eso es la ‘resiliencia’. Es importante tener en cuenta que la resiliencia no es algo que una persona tenga o no tenga, sino más bien una habilidad que se puede desarrollar y mejorar con el tiempo. Pongo un ejemplo, la madre que está hundida por la pérdida de un hijo y encuentra el valor para adaptarse y continuar con su vida gracias familiares y amigos. La palabra ‘resiliencia’ procede del verbo latino ‘resilīre’, ‘replegarse’. Yo lo entiendo como la resistencia de los materiales que se doblan sin romperse para recuperar la situación o forma original, como ocurre con el arco que se dobla para lanzar la flecha. El diccionario de la RAE la define como la capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos. La resiliencia viene a ser el proceso de adaptarse bien a la adversidad, a un trauma, tragedia, amenaza, u otras tensiones graves, como problemas familiares o de relaciones, problemas serios de salud o situaciones estresantes.
‘La resiliencia educativa’ es la capacidad que tienen los estudiantes para obtener un buen rendimiento, a pesar de sus circunstancias sociales, económicas o familiares, siempre adversas. Con otras palabras: ¿Qué podemos hacer con la que está cayendo? ¿Cómo obtener buenos resultados académicos cuando todo está en contra? La respuesta es que la resiliencia académica de los estudiantes puede mejorarse de forma significativa gracias a la implicación educativa de los padres y por el esfuerzo de los centros educativos con sus métodos activos y estimulantes.
Un informe publicado por el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas y la fundación Ramón Areces, basado en los datos del último informe Pisa, la evaluación internacional en competencia de matemáticas, de lectura y ciencia, de estudiantes de quince años, que efectúa la OCDE, refleja que en España el porcentaje de quienes consiguen esos buenos resultados en situaciones adversas y muy difíciles, varía considerablemente entre unas comunidades y otras. A la cabeza, en lo que los autores llaman «resiliencia educativa», figura nuestra comunidad de Castilla y León que logra un 40,2 % de promedio en las tres competencias. A la cola está Canarias. En matemáticas, la diferencia entre territorios llega a ser del doble con el 42,5 % Castilla y León y el 21,4 % Canarias.
«Algo tendrá el agua cuando la bendicen», así se dice por mi pueblo. Castilla y León siempre en lo más alto. Puede haber diferentes maneras de intentar medir la calidad de un sistema educativo y una de ellas es calcular en qué medida el tercio de alumnado social y económicamente menos favorecido logra buenos resultados, mejorando lo que habría que esperar de su rendimiento. Una vez más, resulta que en este punto también Castilla y León es la mejor de España. Nuestra enhorabuena, otra vez, a todo el personal de la Consejería de Educación. En mi opinión no deja de ser una verdadera ‘pasada’ que hayamos vuelto a ser los mejores también en la educación de los más necesitados y los que más dificultades encuentran para su formación.