Madrid tiene la asombrosa habilidad de devolver la virginidad política. No importa cuánto tiempo lleven viviendo de cargos públicos los que alcanzan negritas y titulares que para lo nacional surgen renacidos e inmaculados. En política a Madrid se llega siempre sin pasado y para ganarse un futuro. Estos días descubren al ministro Óscar López al que los despachos madrileños en vez de renacer le reencarnan. Aunque muchos no lo recuerden el que susurraba al oído de Sánchez antes de sumarse a la algarabía de reproches parlamentarios fue también secretario de Organización del PSOE. Antes, además fue candidato a la Junta de Castilla y León con resultados desastrosos y dejando un partido roto y en una lucha fratricida.
Castilla y León, tierra de exportaciones, es desde hace décadas uno de los graneros de políticos más fértiles de España. Nos hemos acostumbrado a advertir al resto de territorios y acabar al poco con un condescendiente «te lo dije» las conversaciones. Ya avisamos del fango que suponía esa silueta gris de Óscar López igual que avanzamos la bravuconería vacía y la ineficacia en la gestión que revelaría la ‘progre-star’ Óscar Puente (del que viendo la herencia del Ministerio de Transportes ya no se sabe si su nombramiento fue premio o castigo). Pero ese «ya te lo dije» castellano y leonés, a lo madre curtida por las circunstancias, lo llevamos apostillando casi toda la democracia. Aquí conocimos a Aznar antes del aznarismo y al Zapatero prebolivariano. Hasta sabíamos de las formas de Miguel Ángel Rodríguez sin que todavía existiera (políticamente) Isabel Díaz Ayuso. La política autonómica y local, salvo contadas excepciones y las instituciones madrileñas, es un agujero negro para la opinión pública nacional que ni mancha ni lustra pero suma méritos en los partidos. Mire si no como nos está saliendo el deseado Feijóo desde que abandonara Galicia, que es la otra cantera de presidentes. Quizá los gallegos también nos lo advirtieron.