04/02/2024
 Actualizado a 04/02/2024
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Si pretendemos doblar el invierno con la misma habilidad con que las abuelas doblaban las sabanas al quitarlas del tendal, hoy sería día de faena. Primero, con los brazos bien abiertos debemos sujetarlo por dos extremos, extenderlo y sacudirlo fuerte en el aire hasta que se estiren los días arrugados. Después, con un cruce de brazos maestro que sólo ellas sabían hacer, hay que atrapar en el aire y juntar la punta del equinoccio de invierno con la del solsticio de primavera, quedando el invierno doblado exactamente por la mitad, por el dos de febrero, día la Candelaria, hoy, para ser exactos. Escribo esta columna sentada en el epicentro del invierno, en el vértice que lo divide por la mitad, con la Candelaria reclamando protagonismo por cumplirse cuarenta días exactos desde el día de Navidad. Los cuarenta días que una mujer necesitaba para considerarse purificada después de ser madre, dándole un matiz religioso a una festividad agrícola y ganadera, la fiesta de la luz y el fuego en la que se encienden y bendicen las candelas que después protegerán las tormentas. Pero le resulta difícil a la Candelaria mantener nuestra atención por mucho tiempo porque San Blas (mermado de funciones desde que las cigüeñas bailan a otro ritmo) y Las Águedas ya vienen empujando y apenas nos da tiempo a recitar la sentencia obligada antes de cambiar la hoja del almanaque: «Si la Candelaria llora, el invierno ya está fuera; si no llora ni deja de llorar, el invierno está por pasar». Una forma como otra cualquiera de demostrarle a la santa autóctona que la consideramos más autorizada para pronosticar el tiempo que a esa tal Phil, la marmota acusada de cierta dosis de pereza que resta credibilidad a sus decisiones y suma días al invierno.

Pocas fechas del año acumulan tantos festejos relacionados con la tierra, las tormentas y el campo, con elementos religiosos, mitológicos y paganos hermanados, formando el folklore más viejo de las fiestas invernales de nuestra provincia. Arranca febrerico el corto con los santos apretados en el calendario, pidiendo espacio para ser celebrados, hasta el punto de tener que compartir festejos. «Santa Brígida y San Tormentero, el primer día de febrero», hacen que las espadañas de las iglesias anden concurridas, los mozos y no tan mozos de los pueblos leoneses suban a la torre y toquen las campanas para conjurar a los renuberos, causantes de las nubes y tormentas, e impedir que «los diablos que amasan la piedra» puedan trabajar y fabricar el pedrisco con el que destrozan las cosechas. Porque cuenta la leyenda que era durante la noche de Santa Brígida cuando esos diablos preparaban las tormentas y la única forma que encontraron los humanos de combatirlos fue tocando las campanas durante toda la noche, sin descanso. El toque usado era el ‘Tente nube’, el mismo usado en cualquier época del año para deshacer la nube cuando amenazaba la tormenta. Se tocaba repitiendo un conjuro, una sarta de palabras amenazantes que supuestamente dicen los tañidos de campana y la nube entiende. «Tente nube, tente tú, que Dios puede más que tú. Tente nube, tente palo, que Dios puede más que’l diablo». 

Tradiciones y festejos ruidosos, campanadas que se oían de pueblo a pueblo, si eran cercanos, mezclándose sus repiques, sumándose el poder de los tañidos por los valles hasta que el cansancio ganaba la partida, la noche se iba, las campanas guardaban silencio y a los mozos, la luz del día les convertía en ‘brígidos’ con ropas grotescas, personajes enmascarado embadurnando a los vecinos, tocando todo tipo de instrumentos ancestrales, según el pueblo o la comarca, mientras celebraban rituales para favorecer la fertilidad de la tierra y ahuyentar a los malos espíritus con ruido de campanos, mientras los vecinos correspondían con ofrendas para la tradicional comida o merienda fraternal.

Han coincidido las fechas. En el horizonte asoma otro tipo de pedrisco que lleva tiempo haciendo peligrar las cosechas. Esta vez los mozos no suben al campanario ni entonan el ‘Tente nube’. Esta semana un ejército de agricultores armados de razón y de paciencia tomaron el asfalto a lomos de tractores y fueron en busca de los que fabrican las tormentas que hacen peligrar las cosechas del mundo. Ya se van incorporando los nuestros, arrastrando el mismo problema desde otras coordenadas y con muy buenas credenciales. Si han conseguido tener a Santa Bárbara en su equipo, que las candelas benditas ardan por sus cosechas y Santa Brígida les encubra mientras plantan cara a los renuberos, qué no serán capaces de conseguir nuestros agricultores si a quien tienen que enfrentarse son simplemente humanos. Esperemos que el lenguaje mágico de las campanas funcione y consigan hacerse entender sin hacer uso de los conjuros, por los que fabrican nubarrones de intereses, leyes absurdas y burocracia innecesaria, más lesivo todo ello que el pedrisco porque alcanza a demasiados campos. Como ponía en el tractor de un agricultor francés: «Nuestro fin es vuestra hambre».

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