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They are eating the dogs

22/09/2024
 Actualizado a 22/09/2024
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Imagínese. Comenta con alguien, por ejemplo, que usted se ha quedado en paro y le responde que cuidado, que los parados caminan con los ojos cerrados. O unos días van en bici y otros huelen bien, puestos a citar clásicos. Y leen a Faulkner. Nada como un comentario absurdo para destrozar un hilo argumental razonable y serio. Se acabó la discusión. Aunque usted, afectado, pensará: este es idiota. 

«Se comen a los perros, se comen a los gatos, se comen a las mascotas de la gente que vive allí». Son palabras de Donald Trump a propósito de los inmigrantes. Que se comen a las mascotas. Parece una burla estúpida, una boutade surrealista o, por supuesto, un capítulo onírico de los Simpson. No en vano se refiere a Springfield, Ohio, uno de los cerca de setenta Springfield de Estados Unidos. No: es una infamia malintencionada e interesada.

Era un debate, se supone que un diálogo para confrontar pareceres sensatos. Pero la incomunicación, cuando no se comparte el mismo código, no precisa teorías del lenguaje, solo mirar la cara de la candidata Harris cuando escucha ese disparate: entre la hilaridad y la estupefacción. Lo mismo le ha pasado a la gente de esa pequeña localidad, donde conviven con inmigrantes sin problema alguno: primero han alzado las cejas y luego se les ha congelado la sonrisa en la cara ante la sucesiva avalancha de estupideces a cuenta de ser el foco de atención. La demencia, que algunos llaman negacionismo confiriéndole con ese sufijo ‘ismo’ el valor de una corriente de pensamiento, se ha convertido en una alternativa, una opción política y una forma de argumentar.

Y están ganando; el delirio triunfa. El embuste triunfa. Según el CIS, que cuando no trata de intención de voto aún merece crédito, la inmigración ha pasado a ser la principal preocupación de los españoles (30 %). No solo de canarios o ceutíes, que podría entenderse, sino también de la gente de Soria o Huelva. La principal. Por encima de los tradicionales enemigos de la serenidad social. Por encima del coste de la comida o de un lugar para vivir.

Triunfa un relato ficticio sobre la emigración, una narración ilusoria e infamante en un país que, además, la conoció en sus propias carnes hace apenas una generación y debería reconocer el engaño. Necesitamos gente, la inmigración no añade delincuencia, sino riqueza, y los indicadores reales, objetivos y probados respaldan sus ventajas. Y los culturales también, no hace falta más que saber algo de historia y no las historietas que abundan por ahí para justificarlo todo. La preocupación que deberían generar los inmigrantes es la preocupación por los que emigran, sobre qué motivos tienen para verse obligados a abandonar su tierra y cómo lo hacen, cómo llegan, cómo atenderles debidamente, cómo acogerles y darles una oportunidad. Es la preocupación por un semejante en riesgo. Esa debe ser una preocupación principal. No que se coman al gato.

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