Esta expresión es la que en estos días prima, máxime si nos despertamos con la ropa a los pies de la cama y con muchos grados casa y en la calle. Ya sé que es inevitable escucharla cuando nos vemos y nos saludamos con nuestros vecinos o compañeros de trabajo, pero ello eso no impide que se acuda la mencionada coletilla del enunciado. Aunque se me plantea la duda si la llamada ola de calor es mejor llamarla «tempestad», que en estos días de agosto, del presente año 2024, venimos soportando, es más fuerte que aquellas que sin llamarse olas también padecíamos en las casas siendo niños sin que casi no se supiera lo que era el aire acondicionado, a no ser que nos refiriésemos al que se desprendía del utilitario abanico de mano, generalmente usado por las mujeres, o el producido por una sombra para los demás.
La guinda de aquellos veranos la ponía el inolvidable ferrocarril de vía estrecha, conocido como el de Matallana o de La Robla, que tanta vida dio a los pueblos de la ribera del Torío y de acceso a la montaña, cuando la propiedad de los automóviles no estaba al alcance de todos, y los muchos leoneses que los domingos y festivos en la época estival emprendíamos viaje para aliviarnos con el agua fresca del Torio, para los que no gozábamos de los privilegios de poder bañarte en una piscina con cierta garantía aunque, en un principio, la chicas y chicos se bañaban en diferente horario, (sería para no alterar el sistema hormonal).
El caso era que, ante la duda de poder acceder a las piscinas existentes en León, la Ribera del Torío, sobre todo las localidades, de San Feliz, Garrafe, Pardave, Manzaneda o Pedrún suplían esas carencias que la capital no te ofrecía. Con gran alegría y satisfacción se esperaba ver salir el viaje especial que por aquellos años organizaba Radio León a Boñar, con orquesta y todo, lo cual le daba un plus de diversión al garantizar el baile, cuando se bailaba a lo ‘agarrao’, después de hecha la gestión y de una breve cabezada con pocas comodidades.
Hablando con Noé Gutiérrez, al que conocí de la mano de mi amigo Iñaki Morán, algo más que amigo por múltiples razones, además de porque le saco unos cuantos años, y con quien compartí momentos inolvidables en la política local leonesa, de cuando los perros no se ataban con longaniza, sino que andaban sueltos. En la conversación mantenida con Noé afloraron situaciones derivadas de su que querido Pedrún, localidad, como he dicho, a la que unos cientos de leoneses huérfanos de otros lugares nos desplazábamos a pasar el domingo al lado de buenas sombras y de algunos pozos con bastante agua. Salio a colación el ‘pozo de la sierra’, el cual tenia cierto peligro por la profundidad del mismo y porque la mayoría no sabíamos nadar, si exceptuamos algunas brazadas a lo perro. Mientras esto pasaba, los que no teníamos permiso para desplazarnos fuera de León, nos conformábamos con ir al cine a la sesión de las cinco de la tarde que tenía pocos espectadores y mantenía la sala con un frescor natural, antes de llegar el aire acondicionado. Así lo comentaba con Noé que, aunque su vida por razones laborales se desarrolló fuera de León, nunca olvida la tierra donde nació, ni los partidos de fútbol que jugó, a pesar de la edad, de algunas lesiones, y de contar con el refuerzo de jugadores de franquicia como (Iñaki Morán o Luis Alberto, Chingli) que, además de ser buenos abogados, siempre que han podido llevaron a cabo, tanto en España como en el extranjero, partidos de máxima trascendencia en el mundo del balón, lo cual dice bastante y bueno de quien estamos hablando. Lo cierto es que alguien dijo, hace unos años, que Pedrún mejor que Cancún, por algo sería.