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Tiempo de sombreros

26/01/2025
 Actualizado a 26/01/2025
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Es asombrosa la variedad tan amplia de diseños con la que uno puede tocarse. Dejando aparte aquellos que protegen de los golpes, entre los que no tiene rival la bacía de latón de Don Quijote, para el tiempo y el adorno hay muchos inventos singularísimos (si no lo son todos excepto la ubicua gorra, que ni a estrenar para meter las orejas por dentro ni las de trapillo arrugado merecen ningún respeto por culpa de la falta de consideración de portadores anónimos que históricamente no se han desprendido de ellas ni para cagar). 

Toda funda cabecera me llama la atención, no solo los grandes sombreros como el Westwood de Pharrel Williams o el de ese otro chaval que vi anteayer tamaño taburete y relleno completamente de tucos rastafaris. Las boinas de Kangool puestas para atrás de Samuel L. Jackson han quedado para la posteridad y la boina de cuadros que se pone mi colega no se me quita de la cabeza, porque no deja de recordarme a los señoritos terratenientes de ‘Los Santos Inocentes’ (aunque en esa película la boina la llevasen los humildes personajes de Landa y Rabal y el autor original Delibes). Es lo que pasa a veces con los atuendos, que para uno, o para todos, significan algo muy concreto y a eso se asocian y así se juzgan porque parecen una reivindicación de ello. Aunque también podría ser que quien se pone una prenda connotada socialmente quiera desafiar el significado establecido y a sus portadores históricos y así arrebatarles un símbolo, ¿verdad semiotas?

El soft power anglosajón nos ha colocado mucho sombrero siempre. Además de los mencionados antes, la venatoria de Sherlock, los fedora de Humphrey o Indiana, el Panamá de Bob, el bombín de Charlot, el Homburg de Churchill y así hasta el de la primera dama estadounidense el otro día, que parecía cordobés aunque no creo que lo fuera. Pero yo tengo una referencia de carne y hueso en sombrerería, que es mi madre, de la que desconozco si tiene sombrerería de referencia, siendo tan escasas en León como son.  

Hay auténticas obras de artesanía para bodas y ocasiones sociales (me susurran al oído cada vez que pasamos por un negocio de tocados) pero el mérito está en llevarlos con gracia y sin andar todo el rato quitándoselo (piensa el susurrado). ¿A ustedes les gusta calzarse cosas en la cabeza? A mí poco. Porque lo de reducir el campo de visión a menos de la mitad y no ver un pijo no me mola un pelo. Porque que algo me apriete hasta cortarme la circulación no importaría si solo me hiciese perder pelo (es un decir) pero como puede llegar a hacerme perder el sentido con el consecuente sapazo por falta de riego no me convence. Por no hablar de que todo el misterio de que te dota un bonito sombrero no paga todo el picor que provoca. 

Es tiempo de sombreros, pero para el que los aguante. 

 

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