Pues resulta que el pasado sábado se realizó en Sabero un homenaje al señor Fulgencio Fernández, (alias ‘el tío Ful’), natural de Cármenes, estudiante en el manicomio de la calle Álvaro López Núñez (como un servidor, pero con mucho más provecho), jugador del equipo de balonmano que quedó subcampeón del mundo en las tierras galas (¿una profecía de lo que ha venido ocurriendo en los últimos veinte años o así, en que los franchutes ganan todas las competiciones en este bello deporte?), estudiante de medicina que, al final, acabó de periodista ‘para todo’ en la antigua ‘La Crónica de León’ y que sigue asombrándonos, un día sí y otro también, con sus artículos y sus reportajes en ‘La Nueva Crónica’.
Al final resultó que uno, que se debe más a los nietos (sobre todo si uno vive en Madrid y lo ves de pascuas a ramos y coincide que viene ese fin de semana) que a los amigos, no pudo acudir al evento y lo sentí mucho más de lo que os podáis imaginar, porque Fulgencio es un maestro que procura no ejercer del tal, pero que a mí y a muchos ‘juntaletras amateurs’ nos ha enseñado el camino para no hacer el ridículo cuando nos enfrentamos a la página el blanco del Word.
Como digo, distinguí a Ful en los Maristas, porque, la verdad, es que nunca hablé con él: veía a Antoñanzas, a Burgueño, a Cabero o al mentado, como ídolos a los que admirabas pero que no podías tocar. Fue cuando Miguel Verduras me lío para formar parte de la junta directiva de la lucha leonesa (yo era el que imponía los castigos y a fe que me hice notar), cuando conocí de verdad a Fulgencio. Hablamos muchas veces y llegué a la conclusión (¡Einstein, que eres un puto Einstein!), que es un tipo sin dobleces, sin dos caras, con las cosas clarísimas, con una palabra que vale como un lingote de oro.
Disfruto de sus artículos todos los días, pero lo que de verdad me presta es cuando leo su columna del domingo, esa que habla habitualmente de la ‘ruralidad’: me escojono, no puedo por menos. ¿Cómo se puede atinar tan bien en el blanco?; y, seguro, lo hace sin apuntar, lo que es la hostia. Esto, que quede claro desde un buen principio, no es una hagiografía, ni falta que le hace. Es un pequeño tributo a un fulano que me hace gozar de mi pasión favorita: leer.
Los domingos por las mañanas, como digo, son una fiesta, porque, además de la columna de Ful, leo también la página de David, alias ‘el Rubio’, y nunca salgo defraudado; llevo diciendo mucho tiempo a todo aquel que me quiera escuchar que este tipo tiene mucha más calidad literaria que su tío. Al principio, muchos lo tomaban como un anatema, como un pecado de los gordos. Pero ¡fíjate tú!, con el tiempo, y las lecturas de sus artículos y libros, me han dado la razón.
¡Si es que soy como el colombiano aquel, ‘Tirofijo’, que no falló un disparo en su vida, sobre todo en cuestiones de lectura!, lo único que he hecho bien en toda mi puta vida. Pensaréis, los malpensados, que este artículo es un deshecho de pelotillero, de lame..., lo que queráis añadir. Pues no, mayormente porque tanto Fulgencio como el Rubio no necesitan para nada que un servidor les haga la rosca. Han demostrado, en todos los años que llevan juntando letras, que son buenos con cojones, que a los dos les sobra calidad para escribir en cualquier periódico de postín de la ‘Villa y Corte’, pero que han preferido quedarse en esta tierra hostil, muy poco agradecida y bastante cainita que se llama León. Y así se pasan la vida, luchando contra molinos de viento, contra fantasmas, contra verdaderos hijos de puta que lo único que buscan es vivir como Dios a cuenta de los demás.
En este páramo cultural en el que vivimos, que tengamos dos voces que se arriesgan a contar las verdades del barquero sin filtros es, sin duda, muy de agradecer. El ‘otro periódico’, la competencia, también tiene buenos articulistas (Trapiello, Caballero el de Boñar), pero se echa mucho de menos el instinto asesino que todo buen ‘juntaletras’ debería tener como primer mandamiento en su quehacer diario.
Fulgencio, te mereces cien homenajes como el del pasado fin de semana en Sabero, y lo sabes... No te jubiles nunca porque te echaríamos bastantico de menos. Un abrazo, amigo.
Salud y anarquía.