Hace unos días estuve jugando con mi sobrina en una tirolina sujeta entre dos árboles. Ella se tiró desde lo alto y voló hasta el final, como una libélula sonriente y ligera. Yo, convencida de que también tenía once años, hice lo mismo. Ahora luzco un bonito morado en una pierna. Un morado de patata pocha, pero que me gustaría enseñar igual que hacen los niños, como si fuera un diploma de algo.
A veces pensamos que podemos hacer las cosas que deseamos, las cosas que nos gustan, las cosas que queremos, las cosas que responden a nuestras ideas y a nuestros principios sin arriesgarnos. No es cierto. El que no arriesga nunca logrará hacer las cosas que desea, que le gustan, que quiere, las cosas que responden a lo que piensa. Hay que elegir la tirolina. Y el moratón. Lanzarse y agarrarse fuerte, que fue lo que a mí me libró de tener otros dos o tres golpes extra más.
En el epílogo a los cuentos de Carlos Casares recogidos en ‘Viento herido’ y que Cristina Sánchez-Andrade ha traducido para la editorial Impedimenta, la escritora gallega cuenta que Casares fue despedido del colegio en el que era maestro, el de Viana do Bolo, además de expedientado e inhabilitado para impartir docencia en toda Galicia. El motivo fue que reclamó que los niños pobres del pueblo pudiesen comer gratuitamente en el comedor escolar y denunció las corruptelas que había en torno a este servicio. Enseguida lo acusaron de comunista y se lo quitaron de en medio. Eran los años sesenta. Ahora ese colegio se llama como aquel maestro rebelde y es el Instituto Carlos Casares.
Recuerda también Cristina Sánchez-Andrade que la red de guarderías públicas gallegas se llama ‘A galiña azul’ en homenaje a un cuento para niños escrito por Carlos Casares. Su protagonista es una gallina azul con cinco plumas rojas en el ala derecha a la que le quieren dar matarile por no ser una gallina como es debido. Encima, la gallina azul pone huevos de colores y, en vez de cantar «cacaracá» canta «cocorocó», lo que preocupa mucho a las autoridades. A Lorenzo, su atribulado dueño, le ayudan los vecinos de su pueblo, que tiñen también sus gallinas de azul y salvan así de la condena a la pobre gallina. Es un cuento muy hermoso contra la intolerancia y su lectura me parece muy apropiada para estos tiempos. Es además el cuento de alguien que fue capaz de elegir la tirolina porque se lo pedían el cuerpo y la conciencia.