«No me llames extranjero porque haya nacido lejos o porque tenga otro nombre la tierra de donde vengo…»
Sirvió la misma niebla para todo, cambiando de intensidad para simular ser otra. Primero, vestida de cómplice facilitó la furtiva visita de sus altezas Melchor, Gaspar y Baltasar. Después, aun perdiendo algo de intensidad, se convirtió en molestia para sus majestades los humanos Felipe y Leticia que llegaron casi pisando los talones a los camellos. Acababan de trasponer unos por lo alto del Portillo cuando los otros abandonaban los altos vuelos en Villanubla y remataban el viaje hasta León en carroza real sobre asfalto, por los problemas de visibilidad existentes en el aeropuerto de la Virgen del Camino. En algún punto de esas nieblas debieron cruzarse los que ya iban de regreso a Oriente y los que venían a rematar un cuento entregando el Premio Princesa de Girona al mejor colegio de España, porque siempre nos gustó acabar las fábulas con reyes y princesas de por medio que reconozcan los méritos que tenemos, de alguna forma los acrediten y queden sellados con su palabra, para siempre. Este cuento sí me gusta y el colegio premiado, además de tener como lema ‘Nuestro mundo de colores’ debería tener como himno acompañando su historia, la canción de Rafael Amor ‘No me llames extranjero’.
De esta forma, el colegio público Gumersindo Azcárate de León volvió a dar que hablar esta semana. No es la primera vez que sale en los medios, desde que apostó por la implantación tecnológica como método de trabajo y por su participación en el programa Genius hace unos años. La tecnología está tan integrada desde la educación infantil primaria, que la goma de borrar y el sacapuntas conviven con el ratón y las teclas y los conocimientos de programación y robótica comparten espacio en los cerebros de los pequeños con los cuentos de las abuelas del mundo. En este caso de las abuelas de más mundos que nunca, porque en sus patios y aulas aprenden y conviven ciento veinte alumnos, en su mayoría de etnia gitana, con doce nacionalidades diferentes. «No me llames extranjero porque acunó mi infancia otro idioma de los cuentos…» Hemos visto en distintos medios su Aula de matemáticas manipulativas, el Aula de robótica, su huerto escolar y la ilusión con la que crean comunidad con las familias de los niños, invitándolas a pasar periódicamente por las aulas y aprender con ellos, generando relaciones de confianza y respeto entre esos padres que también, fuera de allí, son una comunidad de vecinos llegados del mundo. «Y me llamas extranjero porque me trajo un camino. Porque nací en otro pueblo. Porque conozco otros mares y zarpé un día de otro puerto…»
El rey calificó como una historia de éxito lo ocurrido en el Gumersindo Azcárate, la escuela de un barrio con más gente cercana a la exclusión social que al progreso, convertido de repente en punto de referencia para todos por haber sabido combinar con éxito tecnología, humanismo y enseñanza, desde el respeto a la diversidad. Se entiende el orgullo que destila la directora, representando a todos, por el trabajo tan inmenso que hacen consiguiendo que cada día, niños de doce nacionalidades, con la mochila a reventar de respeto, convivan en ese mundo de colores modelado a medida por y para ellos, dejando la oración junto al pijama para el dios al que rezan en su casa y el idioma materno con el que se duermen, pausado hasta el regreso del colegio. Niños que ya saben de guerras y de huidas y dicen tener un abuelo en Ucrania esperando su regreso. Pequeños que han tenido miedo antes que bandera, compartiendo el mismo patio para jugar todos a la misma vida y el mismo techo para quitar todos distinto frío. Encienden el día y la tablet al mismo tiempo, esa en la que cabe el mundo y a Malika, la anciana que hace tortas le recuerda mucho a su abuela africana… Después, un poco mohína, admite no recordarla porque cruzó el mar siendo tan pequeña que aún no le había nacido la memoria. Niños que ya conocieron las necesidades sin saberlo, ahora lideran un sistema educativo en un mundo de colores inventado para ellos. «No me llames extranjero porque tu pan y tu fuego calman mi hambre y mi frío y me cobija tu techo…»
Así es como en los patios del Gumersindo Azcárate han ido desembocando los caminos y los mares de la canción de Rafael Amor, con sus inmigrantes y minorías étnicas. Ante esto, el lema del colegio presidiendo la puerta, como un abrazo en lenguaje universal acogiéndolos a todos: Nuestro mundo de colores. Este es un premio a la inclusión, a la diversidad y al respeto. Educación y tecnología agarradas de la mano, han convertido a este colegio leonés de educación infantil y primaria en referente nacional, considerando los colores no como algo que diferencia si no como algo que enriquece. No les regalan nada. Sólo les dan tizas de colores y libertad para pintar el mundo y vivirlo sin borrar a nadie. No me llames extranjero, ni pienses de dónde vengo. Mejor saber dónde vamos, adónde nos lleva el tiempo…