Hace ya algún tiempo que la política en nuestro país eligió el camino equivocado. Los intereses partidistas e ideológicos han salido victoriosos de su batalla contra el interés general de la ciudadanía. Los ejemplos de la política bien entendida están en peligro de extinción y cada vez es más difícil encontrar un hecho que nos reconcilie con lo que debería ser la política con mayúsculas. Ahora unos y otros pueden ir de dignos y rasgarse las vestiduras ante situaciones injustificables y que demuestran el estado de putrefacción de nuestra democracia, pero ellos mismos son los que han colaborado en que la política actual dé asco.
Con esto no quiero decir que todos los políticos sean unos corruptos y unos impresentables, porque, evidentemente, todavía hay gente que ejerce la política con vocación de servir a la sociedad y dejando a un lado el revanchismo y odio patológico hacia los que no piensan como ellos. Pero al igual que todavía tengo esperanza cuando hablo de personas individuales, me corroe el pesimismo cuando tengo que calificar, sin excepción alguna, el papel que están jugando los partidos políticos, quienes en vez de hacer política se han decantado por seguir estrategias de marketing carentes de ética y de moral.
Por este motivo, tengo que reconocer que no me da ninguna pena cuando nuestros políticos se lamentan de ser víctimas de campañas de desprestigio, porque si bien en ocasiones tienen razón al quejarse de linchamientos injustificados, luego ellos son los que lideran este tipo de acciones contra los miembros de otro partido. El fin justifica los medios y, por lo tanto, lo importantes es ganar votos y aniquilar a los rivales, aunque para ello se vulneren de manera burda los derechos y las libertades de los que se cobijan debajo de unas siglas diferentes a las suyas. Entrar en el juego mafioso del todo vale conlleva que maridos, mujeres, novios, hermanos y demás familia también se convierten en dianas de tus enemigos.
Lo más indignante es ver cómo unos y otros se acusan mutuamente de ser los causantes de la inmundicia de la política de hoy en día, cuando todos han contribuido y contribuyen diariamente al clima insufrible de crispación y polarización. Eso sí, con la complicidad necesaria de los militantes y votantes de cada partido que defienden lo indefendible y no son capaces de ver en sus respectivos partidos lo que critican de los otros.
Ojalá me equivoque en mi análisis, pero lo que más tristeza y miedo me da es que creo que ya hemos pasado el punto de no retorno, por lo que el futuro que nos espera es desolador.