Sería más cómodo para mí celebrar con todos los leoneses el hecho de que Luis Mateo Díez haya sido elegido Premio Cervantes 2023, pero no puedo, me hierve la sangre.
No se sabe si la célebre frase del título la pronunció por primera vez Oscar Wilde o Howard Hughes, pero en todo caso, bien podría aplicársele esta fórmula al presidente Sánchez.
Observando la deriva de los acontecimientos somos muchos los que nos preguntamos hasta qué punto Pedro está dispuesto a pagar por seguir en el cargo. España está que arde, literalmente. La subida del precio de los alimentos, con el aceite de oliva a la cabeza (inexplicable siendo líderes en su exportación), los combustibles, la luz. El cada vez más difícil acceso a la vivienda, la caída de las hipotecas, el alquiler por las nubes, la precariedad laboral que obliga a jóvenes y no tan jóvenes a irse, el éxodo del talento y las grandes empresas que empiezan a marcharse, la caída de los autónomos asfixiados… Y frente al caos, la investidura se dilata en el tiempo como si no fuera urgente tener un gobierno estable que de verdad sujete el timón con fuerza.
¿De verdad creía Sánchez que los españoles íbamos a tragarnos tan fácilmente el sapo de la amnistía? Condenamos los actos violentos de los ultras que aparecen al final de las manifestaciones para que les hagan la foto y la rebelión popular parezca más un levantamiento de cuatro pirados, pero no es así. Son muchos los ciudadanos que no aceptan este chantaje. ¿Por qué se va a condonar la deuda de Cataluña y otras CCAA tienen que seguir en la miseria? Ya sabemos quiénes pagan este pato. No es magia, claro que no, son nuestros impuestos. Pues ya está bien. No se puede pisotear la Constitución, que debe amparar a todos. Ya saben: «guardar y hacer guardar» en idénticas condiciones.
No es de recibo que un señor huido sea quien determine el gobierno de un país al que no quiere pertenecer. No cedas, Pedro. Es un precio muy alto.