27/04/2022
 Actualizado a 27/04/2022
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Mi hermano José y yo nacimos el mismo día, con cuatro años de diferencia. Para mí siempre ha sido una feliz coincidencia pues, además, ese día es El Cristo, la fiesta de mi pueblo. Mi hermano José y yo, compartimos signo zodiacal, Virgo, pero somos bastante diferentes, circunstancia que me ha impedido creer en los horóscopos. Bastará un solo ejemplo para que comprendan lo que quiero decir cuando digo que me mi hermano José y yo somos diferentes. Yo siempre he sido más hablador –cada vez lo soy menos–. Creyendo que las palabras no costaban, he llenado las conversaciones de perífrasis, puro despilfarro, derroche, hasta el punto de que un juez estricto podría haberme inhabilitado por pródigo. Mi hermano José, sin embargo, siendo un buen conversador, es más callado, lo que no supone una contradicción, al contrario, es señal de que conoce mejor el valor de cada palabra y hace el uso justo de cada una de ellas, no más que las necesarias. Lo que a mí me llevaría escribir una novela, él es capaz de decirlo con una sola frase. Esta se la escuché el otro día: «A veces, vale más pasar por tonto, que serlo». No dijo más, pero a mí me quedó resonando en la cabeza como un eco de oráculo, un mensaje de sibila. He estado dándole vueltas estos días, seguro de que, si llegaba al corazón de esa manzana, encontraría las pepitas, semillas de sentido común.

«A veces vale más pasar por tonto…». Un salmón que va contra la corriente, en esta sociedad de impostura y posturas en la que todos queremos parecer más listos de lo que en realidad somos. Lejos quedan los tiempos en los que tonto era quien iba de listo y discreto quien callaba sobre aquello que ignoraba. Ahí tienen a toda una Doctora de la Iglesia, Santa Teresa: «Esto no me lo preguntéis a mí, que soy ignorante». O al labriego de ‘Amanece que no es poco’ que contesta a los americanos: «Yo soy un ser primario, sujeto a las pasiones, cualquier cosa que os dijera sería una gilipollez».

Quien se cree listo, desconoce su ignorancia y no le pone remedio. No hay más que escuchar a los tertulianos que lo mismo opinan con aplomo sobre la fusión fría, el deshielo de los casquetes polares o la estructura íntima de un virus. Y al final, lo único que dicen son gilipolleces. Esta arrogancia no es un buen camino. Ciertamente, es mejor pasar por tonto en este mundo de listos que serlo.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
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