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Torga en León

José Luis Gavilanes Laso
03/12/2017
 Actualizado a 18/09/2019
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Cúmplese este año el 110 aniversario del nacimiento de Miguel Torga. En una entrevista realizada hace años a Luis Mateo Díez, miembro de la Real Academia de la Lengua Española, con motivo de la presentación de uno de sus libros, ‘La ruina del cielo’, a la pregunta: –«¿Encuentras alguna afinidad entre tu obra y la de Miguel Torga?». El escritor lacianiego respondió: –«Nada me gustaría más que la hubiese. Soy un gran admirador de Torga. Todavía más del narrador, y más aún del Torga de los cuentos que el Torga de los diarios. Es un escritor excelente».

Otro escritor paisano de tierra leonesa, Julio Llamazares, en su libro ‘Trás-os-Montes, un viaje portugués’, el viajero llega a São Martinho de Anta y abre capítulo bajo el título ‘La casa de Miguel Torga’. Llamazares conecta bien con Torga porque son personalidades paralelas: escritores un tanto huraños, en el buen sentido de la palabra, reservados, enemigos de pompas ycelebridades (Torga era extraordinariamente reacio a conceder entrevistas). El viajero busca la tumba de Torga en el cementerio y le rinde homenaje con versos del propio escritor trasmontano.

A estos testimonios añado una confesión que me hizo en el Instituto ‘Torres de Villarroel’ de Salamanca el escritor gallego Gonzalo Torrente Ballester, quien, además de magnífico novelista y excelente conferenciante, tenía las ‘pestañas quemadas’ por su mucha brega haciendo crítica literaria. Al comentarle mi opción profesional y académica por la lengua y la literatura portuguesa, como lusista, lusófilo y lusólogo, y que tenía en curso una tesis doctoral sobre otro gran escritor luso, Vergílio Ferreira, me confesó que el gran referente de la literatura portuguesa contemporánea, incluso mundial, era entonces para él Miguel Torga, sobre el queno escatimaba elogios.

Miguel Torga (1907-1995), seudónimo de Adolfo Correia da Rocha, además de médico de profesión en Coimbra, fue un escritor portugués, poeta, novelista, cuentista y articulista. Especialmente destacan sus ‘Diarios’ y un largo libro de memorias titulado ‘A criação do mundo’.

Antes de la primera visita de Miguel Torga a León, el 9 de septiembre de 1951, de la que dejó constancia por escrito en uno de sus ‘Diários’, quien fue profesora de Filología Románica en la Complutense, catedrática de Lengua y Literatura Portuguesa de la Universidad de Salamanca y de la de Santiago de Compostela, Pilar Vázquez Cuesta, había ofrecido en 1949 una pequeña muestra en versión española de los ‘Poemas Ibéricos’ de Torga en la revista leonesa ‘Espadaña’. En su excursión a través de los versos, el Torga viajero atraviesa la frontera por Ciudad Rodrigo, se detiene en Salamanca y Ávila y sube hasta Zamora y Valladolid. No más. Aunque en su mayor parte discurra por el antiguo reino de León, no se oirá ni una sola vez la pronunciación de esta palabra, y sí, reiteradamente, la de Castilla. ¿Coincide Torga con la opinión de su tocayo y admirado Miguel de Unamuno? Sabido es que el escritor vasco dejó escrito en ‘Andanzas y visiones españolas’, fechado en Salamanca en 1913, lo siguiente: «Hace pocos días he visitado por quinta vez la regia ciudad de León, cabeza del reino que unido a Castilla formaron el esqueleto de España. Por algo dice el pareado ‘A Castilla y a León / nuevo mundo dio Colón’». Y tan íntima y fuerte fue la unión de ambos reinos, que los leoneses no tienen empacho alguno en llamarse y dejarse llamar castellanos». No creo que éste hubiese sido el parecer de Unamuno si hubiera pervivido al artificialconglomerado autonómico castellano-leonés. Como también hubo de cambiar de parecer respecto al alzamiento militar de 1936, en principio aprobado e inmediatamente rechazado («Venceréis, pero convenceréis»). Tampoco creo que tal consustancialidad autonómica fuese aceptada por Torga en aquel momento, a juzgar por lo que dice de su visita a León a mediados del siglo XX.

Si lo normal entre los portugueses es utilizar Castilla como sinécdoque para decir España, esto es, la parte por el todo, Torga utiliza casi siempre ‘Castela’ en sentido privativo, esto es, como una región más entre las tantas de la península, aunque con el sentido centralista, envolvente, esqueleto y forjador de una nación, muy al uso que vemos en Unamuno y, en general, en el ditirambo que rinden a Castilla los integrantes de la llamada ‘generación del 98’. El mismo sentido de traducción de Castilla por España tiene el célebre dicho portugués: «De Castela nem bom vento nem bom casamento». Tampoco el contenido parece muy certero, dicho sea de paso. Bueno, lo del viento, pase, pues puede ser circunstancialmente cierto. Pero no parece cierto lo del casamiento, aunque de ello no puedo hablar por experiencia, pues casé con moza leonesa de Tierra de Campos, territorio de ancestral lucha entre leoneses y castellanos. Si bien es verdad que ha habido matrimonios desafortunados de alta y baja prosapia, también registra la historia y la intrahistoria –que diría Unamuno– casos felices, incluso felicísimos, tal vez porque los dichos populares no acostumbran a registrar las excepciones. Pongamos entre los primeros a Isabel de Portugal, mujer de carácter, única esposa de Carlos I –si bien no madre de todos los hijos de éste, pero sí de Felipe II (I de Portugal)–. Y a la «coitada» (‘pobrecilla’) María Isabel de Bragança, segunda esposa de Fernando VII, que pese a tener un comienzo prenupcial desafortunado por aparecer en la puerta de palacio unos pasquines con el letrero: «Fea, pobre y portuguesa, ¡chúpate esa!», era mujer de gran cultura, creadora del Museo del Prado. Con ese precedente no sorprende que concibiese una hija muerta a los cinco meses y que ella misma muriese de parto dos años después de la boda. El caso positivo, de excepción al famoso dicho, lo tenemos con José Saramago, hasta el punto, yo me pregunto: ¿habría obtenido el Premio Nobel, el único concedido a las letras portuguesas (Torga estuvo propuesto por lo menos en un par de ocasiones) si no hubiese contraído segundas nupcias con la dama española Pilar del Río?

Volvamos a Torga, el escritor trasmontano dedicó a la capital leonesa, el 9 de septiembre de 1951 el siguiente texto. «Igual que un Pilatos urbano que se lava las manos tanto de la inquietud asturiana como de la intolerancia castellana, León es la ciudad que inspira más esperanza. Abierta y actual, risueña, todo en ella es esfuerzo connivente, tolerancia y gusto progresivo. Si hay algo que me angustie en este país, es precisamente comprobar que en él, de una punta a otra, no se hace un intento de renovación que no sea con métodos catastróficos». Opinión que recuerda a Bismarck hablando de España como: «el país más fuerte del mundo, pues los españoles llevan siglos intentando destruirse y no lo han conseguido»; y, digo yo, sin haber llegado todavía el político alemán a la más cruenta de nuestras guerras civiles, la de 1936-1939. «Cada español en el fondo –continúa Torga–, es un Ignacio de Loyola que se busca a sí mismo, un agonizante que busca confesor, un desesperado que monologa. En cambio, León me ha parecido un claro de lógica en un espeso bosque de absurdos. Avenidas amplias, casas limpias, gente acogedora. Incluso la Catedral, airosa, con esas bonitas vidrieras que parecen iluminarle el alma, me ha producido una impresión de optimismo. En vez de una maciza fortaleza de fe, me ha recordado una gran antorcha de Diógenes, construida por alguien que quiere buscar en la belleza serena el camino de lo trascendente».

Mucho ha llovido desde 1951 hasta estas fechas, y mucho más desde entonces se ha transformado España y se ha transformado León, por lo que algo de la breve pero enjundiosa opinión de Torga queda hoy un tanto obsoleta. El tiempo no pasa en balde; ya lo dijo Luís de Camões –el equivalente a Miguel de Cervantes de las letras portuguesas– con hermosas y certeras palabras: «Mudam os tempos e mudam as vontades e tudo no mundo é coberto de mudança».
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