El pasado fin de semana han sucedido varias cosas dignas de mención, de las que se dice que dejan resaca.
Una de ellas fue el festival de Eurovisión que se celebró el sábado. Este acontecimiento siempre ha tenido espectadores fieles, detractores y gente a quien le resulta del todo indiferente. Pero lo que no me parece correcto, y creo que no agrada a nadie, es que un evento musical se vea envuelto en una polémica ajena a la música. Como en otras muchas ocasiones la política ha emponzoñado el ambiente, lo ha llenado de críticas y protestas. Algo que considero lamentable.
La causa fue la participación de Israel en el festival. No voy a entrar a valorar si fue adecuada o no tal participación. Aunque, una vez aceptada, pienso que la cantante que actuó en representación de ese país no merecía abucheos.
Si, por esa regla de tres, cada persona tuviese que cargar con las consecuencias de los actos del gobierno de su país, todos llevaríamos algún tipo de condena a cuestas.
Es cierto que a veces pagan justos por pecadores y no debería ser así.
Otra cita importante es la que tuvieron el domingo los catalanes con las urnas. Por supuesto, el día incluyó su incidente de rigor. Me refiero al robo de cobre que provocó una sobretensión eléctrica afectando a todas las líneas de trenes durante la jornada electoral y también ayer lunes.
Y todo esto iluminado por unas inusuales auroras boreales visibles en toda Europa, incluida España. La explicación a dicho fenómeno es una tormenta solar, la más fuerte de las últimas décadas. El bello espectáculo de colores, como advierte la oficina nacional de administración oceánica y atmosférica (NOAA), enmascara una actividad solar de gran intensidad que podría afectar al campo electromagnético de la tierra. Las infraestructuras críticas en nuestro planeta podrían sufrir daños, fallos en líneas eléctricas o comunicaciones que dependen de ondas de radio de alta frecuencia. Incluso un apagón general.
Una catástrofe o una bendición, según se mire.