Dolors llega a casa exaltada: «Somos independientes, Manel. Por fin». Abraza a su marido, se aferra a él como no recordaba haberlo hecho nunca y le dice si no percibe cómo, de pronto, puede cambiar el curso de sus vidas; hasta el color, el ambiente, la temperatura, la vida, eso mismo. Manel compone un mohín de extrañeza que ella interpreta como de gozo interno y contesta que sí, Dolors, cariño, que lo he visto todo en la televisión, que por fin somos libres, que podemos hablar en catalán sin complejos; y, qué quieres que te diga, me siento, de verdad amor mío, de verdad, más libre, más entusiasta, más cómo te diría yo, más tuyo ahora mismo, porque siempre me pareció que, incluso cuando nos expresábamos en catalán, no éramos nosotros, había algo o alguien que nos lo impedía, una mirada difusa que no dejaba que nos comportásemos como auténticos catalanes. Y ahora, de pronto, tengo la sensación de que soy otro hombre, de que esa barrera que parecía separarnos a causa de esta mutua necesidad de independencia, se ha venido abajo; en cuanto vi el resultado de las elecciones, la certeza de que vamos a ser una nación, sí, un nuevo país, me convencí de que íbamos a comportarnos como pareja de manera distinta, y de que incluso haciendo el amor íbamos a transformarnos, porque nos esforzaríamos en ofrecer lo que casi nunca conseguimos, liberados al fin de ese halo españolista que (lo sé, y admito mi responsabilidad) impedía el arrebato necesario para la culminación.
Dolors no es que se extrañe de la reacción de Manel, pero siempre habían compartido el tema, el de la independencia de Cataluña, de una manera ambigua, intranscendente, y por eso le extraña tanto arrebato: su marido la mira fijamente, e insiste asegurando que cuando salga de casa para ir al trabajo ya será independiente, y ya verás Dolors, le dice, ya verás cómo la vida va a cambiar para ti, para nosotros, seremos más libres, más auténticos, cómo te diría yo, más nuestros, más yo qué sé: Catalunya, cariño, será otra cosa, sólo de pensarlo siento un gustín… ¡ah, perdón! –susurra–, ya sabes que, a veces, me acomete esta palabrería leonesa que me hace quererte más, qué quieres que te diga: estoy deseando salir a la calle y comprobar cómo todo es distinto; en la tienda me tratarán de otra manera cuando les pida lo acostumbrado: me servirán la bebida y tus habituales encargos envueltos en los colores de la senyera, y yo los mostraré a los que me rodean porque, por fin, me sentiré libre y dispuesto a lo que haga falta, cielo. A ti me ofrezco: dime lo que debo hacer a partir de ahora.
A Manel, que es mosso d’esquadra y en realidad le importa un rábano lo de la independencia catalana –no en vano llegó enamorado a Barcelona, hace veinticinco años, desde un pueblo del Bierzo–, no le queda más remedio que hacer de tripas corazón al proponerle que, de momento, vamos a cantar tú y yo, qué te parece, no sé si Els segadors o el clásico de Tot al camp es un clam, porque el Barca se queda aquí, ¿no? Si hay que jugar contra el Lleida, contra el Girona y hasta contra la Gramanet, se juega, ¿no te parece?, que hasta para esto del fútbol prima la estelada, y nos sobra entereza, fíjate lo que te digo, hasta para arrinconar los colores blaugranas, porque aunque el fútbol sea nuestro paradigma, lo que importa es lo nuestro, nuestra situación independentista, arguye con falso entusiasmo. Pero sobre todo –se esfuerza exhibiendo una mirada soñadora– seremos mucho más felices. Imagínate todo para nosotros, sin compartir con los españoles: las playas (Entre Salou y Cambrills, que decía Serrat), las tres estrellas del Lasarte, o del Celler de Can Roca o el Bulli y Ferrán Adriá… Si acaso les dejaríamos para ellos la figura del Caganer, jaja, pero lo que más me llena –finge de nuevo ante la figura arrebolada de su mujer– es esta sensación de libertad, saber que cada noche voy a dormir sin la opresión que (no te lo quise decir cuando no lucía yo mis mejores galas amantes) me agobiaba todos estos años, cuando me acostaba y, en fin, no era capaz de dormir pensando que estaba encerrado en una prisión y que no tenía forma de salir de ella.
La independencia, sí –exclama Dolors, cortante–, pero me extraña que tú vayas a saber lo que significa ser independientes, pensar que ya no hay nadie que, desde Madrid, te diga haz esto y haz lo otro. Y el catalán, hablar como hablamos tú y yo a solas, como ahora (Manel, arrímate un poco más si us plau), pero siempre teniendo en la mente la perorata española de alguien que, a la vuelta de la esquina, pronuncia mi nombre así, Dolors, como con disgusto. Lo que no comprendo, Manel, es como allí en tu tierra, en León, no ponéis firmes, primero a los de Valladolid, y luego a los de la capital. Fíjate qué fácilmente lo hemos conseguido nosotros.
La estampa relajada que ofrece el rostro de Manel no se corresponde con el desvarío que enreda su cabeza: a ver cómo soluciona con sus compañeros lo que se les va a venir encima cuando estalle la tormenta, ¿habrá que obedecer las órdenes de Madrid o las de Puigdemont? Aunque, qué razón hay para pelearnos por si se habla así o asá, dice Manel dirigiéndose a su esposa: tú y yo hablamos las dos lenguas, bien es verdad que desde hace unos meses sólo en catalán, aunque tengo que reconocer que a mí me hace más gracia el españolet «muchas gracias», muchas gracias, así, con la boca abierta, y no como decís aquí, «moltes gracies», huraños, como avergonzados.
Contraataca Dolors: No, cariño, la Independencia, el Barca: Messi, Neymar, ah, no, Neymar se fue a París, qué pena; ¿recuerdas aquellas esteladas, cuando aparecía en el Nou Camp el Real Madrid?, e incluso imagino que se acabarán las esteladas, claro: qué pueden importar, dentro del estadio, a cualquier aficionado blaugrana, como a ti, Manel, los asuntos políticos, fíjate que hasta el presidente del Barca –dicen– medita prohibir las esteladas en el Nou Camp. O sea, en adelante, tot al camp no sólo será un clam, sino que irá ilustrado con los colores blaugranas, y que los mossos de esquadra ya os encargaréis de reducir al grupo de españolistas con su enseña blanquirroja, así que ten mucho cuidado con ellos.
Dolors baja ahora la voz y le dice a Manel si tú y yo volveremos a ser felices, eso me gustaría saber: si tú, como mosso de esquadra, te conformarás con lo que te ordene tu superior, porque es de suponer que tú harás lo que diga tu superior, nuestro amigo Carles…. Manel mira de reojo a su mujer, como anticipando su atrevimiento cuando arguye: «Pero, y digo yo si no tendremos otra cosa más importante en la que pensar, yo qué sé, la familia, el trabajo, el amor….. Y, puesto que, tal como decimos todos a menudo que ‘la pela es la pela’, ¿qué coño vamos a ganar, sino sobresaltos y disgustos, con tan laureada independencia?»
Tot al camp es un clam
16/08/2017
Actualizado a
13/09/2019
Comentarios
Guardar
Lo más leído