Son tantas las referencias que con el tiempo, y por el cambio de actividades, y de gustos, van desapareciendo y que, por razón del tiempo pasado, miras más al retrovisor, aunque no tengas espejo, que te hacen tener siempre presente aquello que tan feliz te hizo cuando con cualquier inauguración te conformabas.
Para los que crecimos con la expansión del cine y con su decadencia, no dejamos de recordar aquella magia que, proyectada sobre una pantalla grande, te trasladaba a los confines del mundo donde habitaban gentes que ni te imaginabas que existieran. Me recuerdo de aquellas maquinas caseras de cine para niños que te solían traer los Reyes Magos (yo nunca tuve alguna), y que, sobre un papel encerado, veíamos las películas de ‘Pluto y Mickey’, «las cuales a pesar de la pésima calidad y la corta duración de las mismas», congregaban a un corrillo de niños esperando la proyección de las mismas.
Era inimaginable pensar que con el tiempo podríamos alcanzar la incipiente felicidad que el cine, mejor dicho las películas, nos proporcionaban, máxime si estas trataban del lejano oeste, en las que siempre ganaban los ‘jichos’, de esta manera supe lo que era el 7º de Caballería, con una fuerza de unos 700 hombres liderada por el famoso teniente general George Arstrong Custer, más conocido y recordado en la historia de los EE UU por el segundo apellido y, por la archiconocida derrota sufrida en la batalla Little Bighorn por la coalición india liderada por Toro Sentado, cuando la coalición de indios en liza, además de sus armas tradicionales (flechas, arcos, cuchillos y tomahawk) disponían de Winchester, que podían cargar hasta trece cartuchos cada uno sin recargar, comprados a los traficantes. Esto daría para mucho más como los historiadores han explicado. Pero a nosotros, lo que nos llenaba de pena y desilusión era ver, en la pantalla, mientras devorábamos unas pipas de girasol, como unos malvados indios (eso creíamos entonces) infligían una derrota total, según nuestro sentir inasumible, a los nuestros que, por supuesto, eran los soldados. Muchos de nosotros, a partir de esa derrota, preguntábamos antes de entrar a ver la película de turno, entre indios y ‘jichos’, y si morían los buenos, que eran los ‘jichos’, cambiábamos de título inclinándonos por otra de espadas, o de tiros, donde el ‘bueno’ daba buena cuenta de los bandidos y malhechores que imponían su maldad entre los pacíficos habitantes del pueblo. En estos casos íbamos más tranquilos.
Estudiosos y entendidos de cine en León tenemos nombres como César García Álvarez, Doctor en Historia del Arte y Profesor titular de Historia del Arte de la Universidad de León. o Gonzalo González Laiz, profesor de Lengua y Literatura y colaborador como crítico de cine en Onda Cero Radio en León que, por sus conocimientos, como dirían los castizos, juegan en otra liga.
Pero en un plano inferior, basado en las almacenadas memorias que uno atesora, me refiero al cambio de utilidad que se le está dando al Trianón, aunque para mi siempre será aquel cine y teatro en el recuerdo, con mayúsculas, con un aforo que superaba las mil doscientas localidades, al que no puedo evitar meter la cabeza cuando vengo con mis nietos del colegio, y ser paso obligatorio, para ver como esta quedando ahora aquel templo de la magia en León.
En su estreno, no quiero equivocarme, se proyectó la película de árabes, cimitarras y alfombras mágicas titulada: ‘El halcón del desierto’, y dirigida por Frederick de Cordova, donde empezaba ya a aparecer el famoso, guapo y atractivo Rock Hudson, y la no menos atractiva, entre el genero masculino, Ivonne De Carlo, en destacados papeles. Pero mucho más éxito, sin lugar a dudas, tuvo el posterior estreno del momento de la película: ‘El derecho de nacer’, verdadero melodrama de la época que atraía gente de toda la provincia, en la que el conocido galán español de aquellos años, Jorge Mistral, junto con la no menos conocida Aurora Bautista, en la versión española, hicieron llorar a aquella generación debido al contenido dramático de la misma. Como consecuencia del éxito y popularidad que la citada película adquirió, el pueblo, siempre atento a lo que sucedía en la ciudad, le añadió una coplilla que decía: «El derecho de nacer, todo el mundo lo quiero ver, y lo echaron en León, en el Cine Trianón’.
Eso, y muchas cosas más, se dieron cita en el inolvidable Trianón que ahora, en lugar de ser la vista la que trabajaba antaño sobre la pantalla, serán las pesas y demás accesorios los que se utilizarán para mantener la figura, tan demandada en la actualidad. Mi recuerdo permanente y ¡Viva el cine!, pero en pantalla grande y en sala.