Posiblemente, mucho antes de 1996 habría conocedores de que en la iglesia del monasterio románico de Santa Marta de Tera (Zamora) ocurría cada equinoccio de primavera y otoño lo que, según leí hace poco en Internet y podemos seguir leyendo acerca de las características de ese edificio, se ‘descubrió’ en 1996.
Desde luego, yo nada supe mientras residí en Zamora hace ya muchos años como director del diario provincial (hoy La Opinión/El Correo de Zamora), porque de seguro que hubiera visitado la iglesia en las fechas correspondientes para observar esa peculiaridad que el fotógrafo Gus Cornell Weiland ha captado con primor para llamar mi atención estética y mi curiosidad viajera.
Ocurre en el interior de la mencionada iglesia que sobre las fechas citadas la luz solar, al penetrar por uno de los óculos del hastial de la cabecera, ilumina uno de los capiteles. Más concretamente, el llamado «capitel del alma salvada». No podía ser otro el que mereciera un foco tan vivo y revitalizador como el del astro central.
Parece ser que desde 1996, quizá porque se dio a conocer como incentivo de atracción turística esa luminosa circunstancia, el número de viajeros que hacen parada o incluso destino de la localidad zamorana viene creciendo cada año, dándose cita en el monasterio del que únicamente se conserva la iglesia románica de cruz latina.
Supongo que van, hacen la foto con mayor o menor tino, la cuelgan en las redes y se quedan satisfechos, porque no cabe esperar mucho más de nuestros días. Otro objetivo y sentido tuvieron o pueden seguir teniendo para la feligresía católica, a la que los canteros del óculo y quien lo proyectó obsequiaron dando luz a su fe sobre la salvación de las almas en cada uno de esos equinoccios. El fervor popular de las gentes requería ser incentivado con la simbología de tales encantamientos, similares a los que podemos encontrar en otros edificios, como el que recuerdo en el deslumbrante baptisterio de la ciudad de Parma o en el óculo de la gran cúpula del Panteón de Agripa en Roma que cada 21 de abril ilumina la puerta principal.
Más cerca de estas tierras leonesas, en la iglesia del monasterio burgalés de San Juan de Ortega, también podemos asistir, en torno a los equinoccios de primavera y otoño, a otro rayo de sol poniente que se cuela por el hastial y va iluminando las escenas labradas en un capitel de una de las capillas del ábside. En este caso sí se sabe el autor que restauró la iglesia en el siglo XV y persiguió la incidencia de la luz sobre las imágenes durante diez minutos. Fue Simón de Colonia (1450-1511), por decisión de Isabel la Católica, quien admiraba al parecer al santo burgalés Juan de Ortega (1080-1163), entre cuyas obras destaca la llamada Capilla del Condestable de la catedral de Burgos.
Estaban muy lejos de imaginar los canteros y artistas de aquellos siglos que la incidencia del sol sobre los motivos religiosos de los capiteles, avivando la fe de los creyentes, se convertiría en la energía que alumbra y calienta cada vez más nuestras vidas, cuando aquella fe dejó hace mucho de ser la era.