Con o sin Castilla… ¡Viva León!

Luis A. Marcos Martínez
18/10/2024
 Actualizado a 18/10/2024

Hace ya más de cuarenta años que la reestructuración administrativa española propiciada por el cambio de régimen llevó a configurar la denominada «España de las autonomías». Por distintos motivos que no conozco en profundidad nuestra provincia fue encuadrada en una gran autonomía conformada por la antigua región leonesa y el grueso de la denominada Castilla la Vieja, una vez amputadas Santander y Logroño. Creo no equivocarme al afirmar que esta decisión se tomó en contra del sentir mayoritario de los leoneses, reflejado en aquella multitudinaria manifestación celebrada en mayo de 1984 para reivindicar la autonomía para León a la que asistí con familiares y amigos. Aunque, como suele ocurrir en este tipo de convocatorias, la cifra de asistentes era muy dispar según la fuente consultada, creo que podemos afirmar que todo León se echó a la calle.

A lo largo de estas décadas esta vieja reivindicación vuelve a resurgir, con mayor o menor ímpetu, con cierta periodicidad, abanderada por políticos de distinto signo. El leonesismo, entendido como corriente que propugna la autonomía para León solo, se ha instalado en una posición mezcla de victimismo con reivindicación al nuevo centralismo vallisoletano, al que culpa de prácticamente todos los males que soportamos. Me consta que un sentimiento similar, quizá sin los tintes separatistas de León, ocurre en el resto de las provincias periféricas de la comunidad, y muy especialmente en Burgos y Salamanca.

Esta continua reivindicación localista desde diferentes puntos geográficos mantenida en el tiempo ha dificultado, a mi juicio, la articulación de Castilla y León como una comunidad, pues se ha colocado como objetivo principal imponiéndose al sentido práctico, y ha dejado en un segundo plano otras metas que podrían mejorar de forma real la vida de los leoneses, generando una situación en la que puede que todos estemos perdiendo.

Por poner algún ejemplo, a día de hoy, tras más de cuatro décadas de andanza supuestamente conjunta, aún no tenemos una autovía que nos comunique con Valladolid, principal polo industrial de la comunidad ya desde antes de la configuración de las autonomías. Tenemos en Castilla y León cuatro aeropuertos con un tráfico aéreo tan precario que los leoneses, al igual que vallisoletanos, salmantinos y burgaleses, debemos ir a coger la mayoría de los vuelos a Madrid. Estos cuatro aeródromos estarían, con buenas comunicaciones, a menos de una hora de un hipotético único Aeropuerto de Castilla y León, situado en posición central y comunicado por autovía y, por qué no, incluso con una estación de AVE. Este aeropuerto regional tendría, sin duda, muchos más vuelos a diferentes destinos, atraería viajeros de otras comunidades, y los leoneses, así como burgaleses, salmantinos y vallisoletanos, estaríamos mejor atendidos. Además, llevaría implícito el nombre de ‘León’, y a la distancia que estaría, nuestra capital podría presumir de tener un gran aeropuerto.

En estos días, a raíz de las nuevas titulaciones universitarias, hemos asistido a un nuevo capítulo de cómo desarticular una comunidad dando prioridad a las concesiones políticas sobre las necesidades reales. Me referiré más extensamente al caso de Medicina, que es del que puedo hablar con más fundamento. Existen en Castilla y León dos facultades históricas, en Valladolid y Salamanca. Como bien recordaba el procurador en cortes Francisco Igea, que es de los pocos que ha hablado con cierta coherencia sobre el asunto, en el País Vasco con parecido número de habitantes solo tienen una facultad. Pero a nuestros dirigentes regionales se les ha ocurrido paliar la actual escasez de médicos con aquellos que estarán formados dentro de doce años, cuando ya se habrá producido el grueso de la jubilación masiva de médicos que se prevé para los próximos años. Además, si fuera una necesidad real, parece que lo lógico hubiera sido crear una facultad más, y no dos. 

Esta evidente concesión política ha ido acompañada de su correspondiente contrapartida a las universidades de Salamanca y Valladolid, que contarán con los grados de Veterinaria la primera y de Farmacia y Biotecnología la segunda. No creo que esta sea una buena noticia para la Universidad de León, que ve cómo les salen dos competidores cercanos a dos de sus grados más prestigiados. Por otra parte, y a juzgar por opiniones tan cualificadas como las provenientes de la Organización Colegial Veterinaria de España, parece que existe un superávit de veterinarios en nuestro país, donde se forman más profesionales que en Francia y Alemania juntas.

Una vez más quizá lo mejor para todos hubiera sido actuar como una comunidad cohesionada, intentando fortalecer a cada Universidad a través del refuerzo e impulso de aquellos grados ya instaurados y en los que destacan.

En el caso de medicina la solución podría pasar por utilizar todos los hospitales universitarios de la comunidad, adscribiéndolos a una de las dos facultades existentes. Así, de la misma manera que hacen las grandes universidades madrileñas, los alumnos, tras dos años de estudio de asignaturas preclínicas en la facultad correspondiente, estudiarían el segundo ciclo del grado de forma íntegra, teoría y práctica, repartidos por distintos hospitales de la comunidad. El Caule estaría adscrito a una de las dos facultades existentes, y los alumnos podrían estudiar en León los cuatro últimos cursos de medicina. León, al igual que Burgos, no tendría una facultad de medicina, pero sí tendría a los alumnos, y los hospitales de Valladolid y Salamanca no estarían tan saturados de estudiantes como lo están ahora, mejorando también la calidad de la enseñanza.

No sé si nos iría mejor segregándonos de nuestra actual comunidad autónoma, e incluso me gustaría pensar que eso podría ser así. Pero para ello debería existir un proyecto claro y definido de ese León solo que tanto ansiamos, y no entender la autonomía para León como una especie bálsamo de Fierabrás que solucionaría de forma milagrosa todos nuestros males. Un proyecto que definiera cuál sería la conformación de la nueva comunidad (se barajan distintas propuestas: uniprovincial, con Zamora y Salamanca, incluso con Asturias…, de todo se oye), en el que estuviera bien aclarado el lugar que ocuparía El Bierzo, y en el que estuviera especificada la forma de colaboración con las comunidades vecinas. Mucho me temo que, aunque a todos nos guste cómo suena la música de esa autonomía leonesa, poner letra a esa canción es tarea imposible.

Quizá haya llegado el momento de admitir la realidad y empezar a ejercer el leonesismo trabajando por y para León desde el sitio donde, por capricho de la historia, nos hallamos ubicados. Y la Junta de Castilla y León debería liderar un proyecto común ilusionante para los habitantes de todos los territorios de la comunidad, en vez de ejercer, como lo está haciendo, como un auténtico elemento desvertebrador.

En definitiva, es hora de dejar de pelearnos por las migajas de un pastel cada vez más menguante y trabajar juntos y unidos para, entre todos, conseguir una tarta más grande y que la porción que nos corresponda sea así mucho mayor. Pero siempre, y en cualquiera de los casos, con o sin Castilla, ¡Viva León!

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