Micromachismos 3.1

Teresa Fernández
11/06/2024
 Actualizado a 11/06/2024

Cumplidos mis 61 años, veo y vivo tantos momentos que me recuerdan épocas pasadas y que deberían estar erradicados de la sociedad, que me causan gran preocupación y el temor a retroceder años de avances en derechos y libertades. Años de difícil lucha para hacernos hueco en una sociedad patriarcal. Tenemos que seguir ahondando en ella, porque el machismo se presenta bajo nuevos formatos, a veces disfrazado de falso feminismo y en ocasiones, sin disfrazar. 

Muchos saben que este es mi segundo mandato en el Ayuntamiento de León como oposición. No me considero ni más inteligente ni más lista que nadie, pero creo que mi capacidad intelectual es la suficiente para entender cómo funciona un ascensor. No creo que a ningún lector/a se le escape, a estas alturas, cómo funcionan los ascensores. Suena a broma, ¿verdad? Lo dramático es que no lo es. 

Hace pocos días, bajando desde la planta sexta del Ayuntamiento con una compañera y en el despiste propio de ir hablando de cosas más importantes –sí, las mujeres también hablamos de cosas importantes–, cada una pulsó un botón diferente para bajar. Una el segundo, la otra el bajo. Como es algo que nos suele pasar alguna que otra vez, nos echamos unas risas, porque si a eso le sumas las paradas que el ascensor hace porque lo llaman otros usuarios desde otras plantas, hay veces que estamos dos minutos dentro del ascensor subiendo y bajando y riéndonos de nuestra propia equivocación.

En una de esas paradas intermedias, subieron al ascensor dos personas más: un hombre y una mujer, a los que comentamos, entre sonrisas y resignación, lo que nos había pasado. La mujer sonrió y se bajó sin más comentarios. El hombre, que continuó ‘viaje’, en un impulso que yo entendí realizado sin maldad, se sintió con la obligación, sin que nadie se lo hubiera pedido, de «explicarnos» cómo funcionaba el ascensor: en qué orden memorizaba los pisos, que subía cuando le pulsabas el botón de subir y que bajaba cuando pulsabas en botón de bajar... Nuestra cara atónita se parecía mucho a ese ‘smile’ de Whatsapp que te mira «con los ojos como platos».

Nos hizo un ‘mansplaining’ en toda regla que, con mucha probabilidad, no se lo hubiera hecho a un hombre, al que se le supone que conoce cómo funcionan los ascensores, simplemente por su condición. ¿Qué hombre no va a conocer cómo funciona un ascensor? Pero… a una mujer hay que explicárselo. 

El término ‘mansplaining’ se define como «explicar algo a alguien, especialmente un hombre a una mujer, de una manera considerada como condescendiente o paternalista». 

Esto mismo lo vi hace unos días en el ‘Debate Decisivo’ de La 1 de RTVE, cuando el candidato de Ciudadanos a las elecciones europeas se giró y le dijo a la exministra del Gobierno, Irene Montero, una frase demoledora que transcribo textualmente: «Cuando dice economía de guerra, oiga, mira, le voy a explicar yo lo que es la economía de la defensa». Irónicamente pienso que «menos mal» que estaba este candidato para explicarle a una candidata como él, exministra del gobierno de España, cómo funciona el mundo. 

Nadie, en el mismo debate, le explicó nada a ninguno de los otros dos hombres presentes. Hubiera sido muy llamativo, aunque algunos se merecieran que alguien les explicara que está muy feo decir mentiras. Pero ese es otro tema. El hecho es que solo a una mujer «se le explicó» algo. Una mujer a la que se ha tratado como si no tuviera la capacidad suficiente para conocer cómo funciona la vida, después de haber ocupado un puesto de tanta responsabilidad en el Gobierno de la Nación. No entro aquí a debatir sus políticas. Cada uno tiene su ideología. Entro al trato que se le dio por parte de otro candidato. Así nos sentimos tratadas las mujeres en más ocasiones de las que desearíamos. 

No existe el término ‘womansplaining’. Quizás porque las mujeres tenemos mucho más respeto por el conocimiento que los demás tienen, sean hombres o mujeres y explicamos las cosas cuando nos lo piden, no cuando consideramos que el de enfrente no las sabe, y no hacemos alarde de una superioridad intelectual fuera de lugar.

No hace mucho y para una reunión de trabajo, un hombre reservó un restaurante para comer sin preguntarme si me parecía bien, regular o mal. Se esforzó, eso sí, en que fuera de mi agrado. Lo que no hizo fue preguntarme si me parecía el lugar adecuado. No lo era, por circunstancias que no vienen al caso. Lo que viene a colación es que lo decidió él solo, en el convencimiento de que yo iba a estar totalmente de acuerdo con su elección. Mi opinión no contó para nada. Porque, en esta vida, un hombre sabe lo que necesita una mujer sin necesidad de preguntarle a ella (¡qué va a saber una mujer lo que le conviene!). 

Estoy segura de que ninguno de ellos hizo estás cosas con maldad. Les admito a todos la inocencia en sus actos. Lo que ya no admito es que, en el siglo XXI, en 2024, con la información que existe sobre la situación de las mujeres en esta sociedad, no se hayan parado a pensar en sus actos, ni en las consecuencias que tienen ni en cómo las recibimos las mujeres.

También sé que hay muchos hombres que ya actúan de forma diferente. Tengo un hijo adulto que así me lo demuestra día tras día. Como él, cada vez más hombres son conscientes del respeto que merecemos, de que el paternalismo y el patriarcado tienen que pasar a la historia y de que las mujeres somos, cuando menos, tan inteligentes como ellos y con las mismas capacidades. Son conscientes de la igualdad en la que se debe vivir para construir sociedades mejores. 

Aun así, que hoy me haya tenido que sentar a escribir estas líneas sobre hechos tan cotidianos que deberían estar totalmente erradicados de nuestra sociedad, me hace pensar que hemos avanzado mucho menos de lo que parece. 

Nos protegen las leyes, esperemos que durante mucho tiempo. De lo que no estamos protegidas es de la educación patriarcal y machista que impera en la sociedad. Después de los resultados de las elecciones europeas del domingo, no sé si estas leyes llegarán a proteger a nuestras hijas.

Espero que a nuestros hijos y nietos les eduquen en el respeto a todos los seres humanos, en el respeto a las personas, sean hombres o mujeres. En definitiva, que les eduquen en igualdad. Porque después de ver actuaciones como las de los jóvenes del Colegio Mayor Ahuja de hace pocos años, o de la cantidad de violaciones grupales que se están conociendo, no tengo claro que esto esté siendo así en la actualidad. Si se está educando en igualdad y los jóvenes llegan a cometer estos actos reprobables y delictivos, es que algo está fallando en el mensaje que se intenta transmitir. Espero que se reflexione y se corrija en la educación de las generaciones presentes y futuras. 

Sé que la mayoría de las mujeres estarán de acuerdo con lo aquí escrito. A ellas no van dedicadas estas palabras. Espero con estas letras, hacer pensar a las que no están de acuerdo, que si tienen los derechos que tienen es porque muchas otras antes han luchado y han llegado a dar la vida por conseguirlos. Y a algunos hombres hacerles reflexionar sobre sus palabras y hechos respecto a nosotras. Con que alguno se haga consciente de lo que hace y dice, me daría por satisfecha.

Porque para mejorar, tanto mujeres como hombres, se empieza por ahí: por ser conscientes de nuestros actos, admitir los errores y no repetirlos, pedir disculpas por ellos y esforzarse en mejorar. 

La realidad, en 2024, es que la igualdad sigue lejos. Tengo la suerte de poder escribir esta tribuna por mi condición pública. Pero si yo sufro estos micromachismos en mi día a día, me aterra pensar lo que tienen que estar sufriendo las mujeres que no tienen un altavoz para poder exponer públicamente las situaciones que viven cotidianamente. Eso sin meternos en temas más crueles, dramáticos y reprobables como la violencia de género, que no es el tema de esta tribuna.

Centrémonos esta vez en estos micromachismos que debemos erradicar: Algunos hombres, siendo conscientes de lo que hacen y dicen; las mujeres, haciéndoselo ver. Porque los micromachismos minan nuestras relaciones personales y eliminándolos conseguiremos sociedades más justas y más felices para todas y todos. Porque haber vivido felices es el mayor regalo que nos podemos llevar de esta vida.

Consigámoslo todas y todos de la mano, en un esfuerzo común. Merecerá la pena.

Teresa Fernández es concejala de UPL en el Ayuntamiento de León y Secretaria de Mujer, Derechos e Igualdad de UPL

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