Si pudiera resucitar a los muertos (dos meses sin Ramón Acevedo)

José Luis Alonso Díez
09/03/2025
 Actualizado a 09/03/2025

Irene Barbadillo nos regaló un libro de Gloria Fuertes que viene repleto de peso poético y sabiduría de la vida. Gloria llora en los versos, ahora rotundos, duros, con una carga vital, fruto de la edad y las vivencias. Y nos dice «Si pudiera resucitar a ciertos muertos. ¡Si pudiera resucitar a todos / los que he querido y quiero!» Ay, si pudiera…

Porque a comienzos de 2025 se nos fue Ramón Acevedo, que dejó el año nuevo para los demás puesto que él no pudo atrapar las alas nuevas del año recién nacido porque había perdido las fuerzas y un poco, la sonrisa. Ramón, te mereces un recuerdo ganado por tu bonhomía, tu sonrisa abierta, tu humor nacido debajo de cualquier piedra, tu presencia gallarda y esa filiación que nunca quedó clara entre tú y yo. Vamos a ver, aprovecho la ventaja ahora que no me puedes replicar… Si tu padre Nemesio era hermano de mi abuela Alejandra, ¿tú y yo no éramos primos? Mi cuarto apellido es Acevedo, como lo es el tuyo primero. ¿En qué quedamos? ¿Somos primos, o soy tu sobrino-primo, o qué? Quedó sin resolver la cuestión. Mantuvimos la controversia varios años en ese juego al que tú eras tan aficionado, el juego de reírte de la vida con la sonrisa franca de los bien nacidos, que no se ríen de los demás sino de sí mismos.

Recuerdo aquellas excursiones compartidas cuando le decías al autobusero: ¡mete la quinta gallega! Yo me volvía hacia ti. ¿La quinta gallega? Y tú, con esa voz de locutor radiofónico, explicabas para los indoctos oyentes: «Los chóferes de aquellos camiones Barreiros, al bajar el Manzanal metían la quinta gallega, cuesta abajo. Dejaban el camión en punto muerto, que bajara solo; esa era la quinta gallega». Ahora me viene a las mientes que la quinta gallega te superó y llegó un momento que la bajada fue total e ingobernable. Se te fue el camión, Ramón, y en esos primeros días del año 25, la última curva fue definitiva. Se te fue el camión y dejas en la orilla a todos los que te querían y te querrán para siempre. Has llegado a tu destino con la mirada alta, el orgullo de una vida plena de bondad.

No te inquietes; la huerta seguirá su curso con tus hijos, esa huerta observada y envidiada por todos y que guiaba a muchos en el pueblo, camino del bar: ya Ramón aró, ya lo tiene preparado todo, ya sembró, ya plantó las cebollas, ya se le ven las calabazas desde aquí… y ya nos ofreció sus frutos. El fruto de tu amistad, el fruto de tu simpatía, de tu candor, de tu huella en el pueblo, de tu carcajada sincera, de tu amor por Seli y por tus hijos y nueras, de tu imagen grande y magnánima. Por eso revivo la ensoñación «Si pudiera resucitar a algunos muertos», porque seguiríamos disfrutando de tu sencilla nobleza. Esa sencillez que nacía de tus manos y de tu persona.

En Elosúa trabajaste bien muchos años y hoy recordamos que cuando te presentaste, así, buscando trabajo, sin más apoyos, te preguntaron, ¿trae usted recomendación? No, ¿para qué? Traigo mis manos y mis ganas de trabajar, no necesito más. Pues mire, mejor para usted, mañana empieza en la empresa porque no sé qué hacer con tantas recomendaciones. ¿Recuerdas cómo te reías con esa escena? Contagiando, como siempre, a los demás.

Ni enfermo perdiste el humor, lo constatamos. Ni con tu voz irreconocible de este último año malhadado. A medias se te entendía pero la risa surgía diáfana, a pesar de todo. Las imágenes se suceden en torno a tu figura: gallardo capitán, a lomos del caballo Tonetti en el auto de los Reyes Magos de 1960 representado en tu pueblo de Quintana de Raneros; sabio barbado y rotundo asesor del malvado Herodes, en la representación de 2010, cincuenta años más tarde; «hacer los Reyes» se dice. Se te llamaba y ahí estabas. Con el polo verde del pendón recuperado en 2012, acompañando al grupo por esos pueblos leoneses, Ramón y Seli no fallan, ahí están dando alegría y color a la procesión pendonil.

Ahí están también en el escabeche de Carnaval, en las fiestas y en las despedidas. En el bar San Isidro, gran jugador de dominó, compañero del maestro, Benéitez, y luego de Tarsi y de Isidro, que tanto te querían. Ramón, el nuevo maestro del dominó, (del tute no me hables, ese es juego para el descuento); un paisano de una pieza, no te enfadabas, daba gusto emparejarse contigo, jugabas tranquilo y en paz. Te querían y, sobre todo, te respetaban.

Y la bodega y las viñas. La última viña superviviente del pueblo, la tuya, allá en la Praderica de Oncina. Tuvieron que ser los corzos quienes te desterraron de la viña; trabajar para ellos dejó de merecer la pena. De la huerta sólo te apartó la enfermedad, sólo eso. Hasta sin cadera nueva, los médicos no daban crédito, te ibas todas las mañanas a la huerta. Una pasión auténtica.

Ramón y Seli, formabais un dúo inseparable. Juntos desde los quince años; sí, toda una vida uno al lado del otro. Seli sigue llorando porque no te ve, pero llora recordándote bueno. Van dos meses, ya. Dos largos meses de ausencia. El sillón vacío en el salón, frente a la ventana en esa casa que luce escudo señorial sobre la puerta, hogar que Seli no abandona, en ella resuena tu eco, se recoge tu figura, se retiene tu voz armoniosa y plena de vigor. No, Seli no se va porque en esta casa, muchas veces con lágrimas y otras con tenues sonrisas, sigue contigo pues te lleva en su corazón y en su piel, en sus ojos y en sus oídos. Un poco más unida a ti está permaneciendo en el lugar donde tantos años fuisteis felices. Yo, a Seli, la veo triste y tranquila, con el dolor de la pérdida pero con la serenidad de quien hizo todo lo que tuvo que hacer aunque aún no comprenda bien que te fueras tan rápido.

El mundo está más vacío sin ti pero más lleno de tu leyenda como Ramón Acevedo, un buen paisano. Ahora, Seli seguirá caminando sin ti, Ramón, con el paso un poco más vacilante pensando en tu memoria, pero con el paso sosegado recordando al hombre de su vida, del que nunca pudo hablar mal, simplemente, porque no se lo merecía.

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