He visto esta semana la serie británica True Love. Hace años que veo series porque tienen un algo terapéutico que las hace insuperables. La primera fue Cheers; cómo olvidar a Diane y a Sam siempre ronchando cacahuetes y bebiendo algo misterioso en una taza blanca. Han seguido más y más, algunas legendarias, pero la mejor de todas hasta la fecha, con mucha diferencia, ha sido Doctor en Alaska.
En aquella época, veía las series sometida a la tiranía de tener solo dos canales y, luego, dependiendo de si me gustaba o no, ahondaba en los detalles: Qué critica había tenido, el director, los actores… Ahora lo hago al revés, la oferta es tal que hay que desarrollar criterios de selección para no perder ni un minuto en lo que no merece la pena.
En el caso de True Love, cuando me enteré de que uno de los directores era Carl Tibbetts casi di por sentado que me iba a gustar, por los dos de Black Mirror que había visto y también porque la temática me atraía, cito textualmente: ‘True Love’ va de morir entre amigos. De no dejarse vencer por la agonía, el ensañamiento de los médicos y la mojigatería de los religiosos que prefieren prolongar el dolor.
Y aunque no creo que la responsabilidad de la dignidad de la muerte recaiga al cien por cien en su médico o en su director espiritual me picó la curiosidad, quería saber qué tipo de argumentos se blandían para sacar adelante semejante hipótesis.
Y me encantó la serie, pero no porque la temática fuera tratada con cierto ingenio o, por lo menos, bajo un punto de vista que muestra las verdades de un asunto tan complicado como el derecho a una muerte digna entre enfermos terminales de la tercera edad. Si bien es verdad que el asunto está presente de manera recurrente a lo largo de los seis capítulos (sin poner en la palestra ni a médicos ni a religiosos), no representa más que el buen hacer del tramoyista: un escenario perfecto para otra temática legendaria, el verdadero amor.
Es decir, no me parece que el tema principal de la serie sea la eutanasia.
Y, si tuviésemos que establecer un puente entre los que piensan que el tema principal de la serie es ese, sería, tal vez, que es cierto que solo hay una manera de bien morir y es a través del verdadero amor… si este no fuera tan complicado, casi imposible, cosa de locas.
True Love es el título de una canción.
Si hay algún cinéfilo leyendo esto, recordará la película High Society donde True Love fue cantada por primera vez por Bing Crosby y Grace Kelly. El escenario es un yate que flota sobre un mar en calma. Su temática hace referencia al anhelo del amor inalcanzable y a las complejidades que pueden surgir en una relación amorosa. Si recuerdan el argumento de la película, va precisamente de eso también estando en perfecta sintonía con la canción. Y la cualidad, de ambas, es la verosimilitud. La certeza de que el verdadero amor entraña una dificultad indiscutible.
Es posible que el personaje de Phil, interpretado por Lindsay Duncan, sea en alguno de sus universos paralelos, la Tracy Lord (Grace Kelly) de High Society muchos años después. Habría que indagar en la intencionalidad de los directores y guionistas, lo que me parece una intertextualización fantástica.
El personaje de Phil especialmente, asumiendo con pose de chica dura septuagenaria el sentido trágico de la vida.
El caso es que la serie merece muchísimo la pena, acción, intriga, amor y muerte… como la vida misma. Si el lector se anima a ver la serie y decide quedarse con el tema de la eutanasia, porque le hace más ilusión, está en su derecho.
En cualquier caso, no se la pierdan.