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Trump y los aires de grandeza

13/01/2025
 Actualizado a 13/01/2025
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Lo peor de ser ridículo es no percatarse de ello. Trump ha vuelto por segunda vez a la escena global, sin dejar ni por un minuto de hacer ruido en la escena doméstica durante estos años de Biden. Salvo en empleo, los cuatro años del demócrata tampoco son para tirar cohetes. Hay muchos elementos negativos en la gobernanza de Biden, especialmente en la escena internacional. Pero no se preocupen: en cosa de una semana empezaremos a echar de menos a este anciano del que Trump se mofaba casi a diario.

Hay que tener cuidado con lo que se desea. El infantilismo, la puerilidad política, la falta de pensamiento crítico, pero, sobre todo, la frustración y la desafección, han coronado de nuevo a Trump, que no parece dispuesto a perder su gran oportunidad. Ahora conoce mejor los pasillos del poder, aunque, en esencia, esos pasillos no le importen gran cosa. Él tiene sus reglas. Se ha aupado con los votos como hacíamos de niños con algunos delegados de clase en el colegio. Escogíamos al más cascarrabias, o al más gamberro, simplemente por echarle un pulso al poder. Y por reírnos un rato, todo hay que decirlo. No siempre era así, pero esa era una tendencia.

El matón siempre ha tenido sus exigencias y ciertas habilidades para hacérselas saber a los demás. La desafección y no pocos errores (sí, también de la izquierda) han llevado a muchos a votar por liderazgos de este jaez. Es una especie de venganza, algunos creen que una revolución. Que este autoritarismo descarnado, ineducado, que descree de las normas de la democracia y potencia los gobiernos oligárquicos, haya triunfado no es revolucionario, aunque algunos lo crean. Trump no es un antisistema, aunque le guste parecerlo. Él es el sistema. Tiene el suyo y lo demás sobra.

Lo grave es que, como se ha dicho, un gran porcentaje de la gente que votó por él no va a obtener ni el más mínimo beneficio personal, social o económico de su presidencia. Al contrario, serán utilizados para engordar su propia ambición, y la de esas oligarquías que, como ayer escribía David Remnick en ‘The New Yorker’, han corrido a la residencia de Trump (donde se corta el bacalao, no en la Casa Blanca) para presentarle sus respetos y sus apoyos, antes de quedar peligrosamente en fuera de juego. Esta forma de gobierno siempre es preocupante, pero lo es mucho más en un país que solía presentarse como la primera democracia del mundo. Normal que Europa sienta un gran vacío, con una guerra en sus puertas y con Meloni haciendo ojitos, precisamente, a los nuevos oligarcas, que se arraciman a la sombra protectora y rentable de Trump, como Elon Musk.

Afortunadamente, Europa es aún otra cosa. Quién sabe por cuánto tiempo. Algunos politólogos estiman que ha llegado el momento de decidir en qué lado del mundo queremos estar: o en el de la China actual o en el del Trump que viene. ¿Qué les parece la disyuntiva? Así va el mundo cuando todo se reduce a la simpleza de maniqueísmo. Una grave enfermedad contemporánea. Lo que sucede es que Europa debe reinventarse en este contexto polarizado, lleno de incertidumbre, y aportar lo mejor que tiene. La tradición de la cultura y la razón, el poso de las instituciones. Europa es ahora mismo una de las pocas brújulas del mundo. Imprescindible, cuando estamos tan cerca de perder el norte. Europa necesita reforzarse en todos sus ámbitos, ser consciente de su carácter de potencia, que no puede obviar. Quién sabe si la defensa de la democracia no dependerá de la resistencia del continente.

Trump ha llegado con aires imperialistas y expansionistas. Se habla, como algunos especialistas en política internacional han señalado, de la presencia de una ‘ilustración (sic) oscura’, que ataca globalmente la democracia, considerada por los nuevos líderes del autoritarismo feroz como una forma política en decadencia. El Trump proteccionista que prefiere dirigir el país como si fuera una de sus empresas, o algo parecido, parece haber virado en sus aspiraciones, que ahora contemplan un expansionismo tan peligroso como impropio de este tiempo. La idea de repartirse el mundo entre los ricos parece abrirse camino. Es el matonismo político en toda su expresión.

Se puede pensar que estamos, una vez más, ante la verborrea habitual del magnate. Perro ladrador… Ojalá fuera así. Pero el hecho de que, incluso semanas antes de tomar posesión de la presidencia, ya haya expresado que tanto Canadá como Groenlandia deberían ser parte de los Estados Unidos (sólo le ha faltado decir: por las buenas o por las malas…), así como el Canal de Panamá, al tiempo que se haya mostrado en contra del nombre del Golfo de México (anterior, me dicen, a la propia existencia de los Estados Unidos de América), indica claramente la peligrosa deriva de su concepción del orden global. Esta gente, además, suele tener mucha prisa: seguro que ya se han topado alguno de estas características en sus vidas.  

Uno de los asuntos que más han sorprendido, especialmente en Europa, es la manera tan explícita, o, mejor, tan descarada, con la que se ha hecho pública esta peregrina doctrina trumpiana, promovida también por su nuevo valido en palacio, Elon Musk, asesor pretendidamente áulico o, más ajustado a la verdad, fontanero mediático con una herramienta para sembrar discordia. Lo llaman la caída de las máscaras en las altas esferas. El fin de los disimulos de los nuevos oligarcas autoritarios y dominantes. Es como rodearse de machos alfa, que no se devorarán entre ellos mientras todos medren. Ya no es necesario ocultar esta doctrina expansionista, abiertamente neoimperialista, sino, al contrario, se trata precisamente de hablar a las claras, con ese orgullo del rico encaramado en la torre, esos aires tan patéticos de grandeza, haciéndonos saber muy bien cuáles son sus íntimos deseos. Y, supongo, la conveniencia de coincidir con ellos…

Si la palabrería de Trump es preocupante, pero conocida (ese estilo que crea confusión y caos, como quien golpea un enjambre de abejas), sus nuevos compañeros de viaje causan aún más estupefacción. Puede haber gobiernos personalistas o autocráticos en los que la ignorancia campe a sus anchas (y suele ser lo habitual), también la propaganda y el bulo, pero dar pábulo a las malas intenciones, a la maldad, sin más, ya es otro asunto. La deriva de Musk, que ya ha conseguido introducirse en los intestinos del poder, no sólo es surrealista, sino muy peligrosa. Su actitud hacia Europa resulta completamente intolerable. Utilizar una red social para estos propósitos divisivos, para apoyar ideas antidemocráticas, es mezquino. Y lo peor es que el nuevo matonismo político quizás sólo acaba de comenzar.

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