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Trump, Biden, Sunak, Starmer, Macron y otros chicos del montón

08/07/2024
 Actualizado a 08/07/2024
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Algunos comentaristas celebran que el Reino Unido circule justo en la en dirección contraria a gran parte de Europa. No hablo del tráfico, sino de la política. Han tenido que pasar catorce años de auténtico caos conservador, de varios surrealistas gobiernos de los ‘tories’, para que al fin el Reino Unido haya decidido cambiar de liderazgo. Es un país tradicionalista y apegado a sus costumbres, lo sabemos bien. Pero todas las generalizaciones son injustas, y seguramente equivocadas. Londres nunca ha apostado por el brexit, de la misma manera que París nunca ha apoyado a la ultraderecha. Los países no son necesariamente un reflejo de lo que indican sus capitales.  

Lo cierto es que el Reino Unido ha entregado el gobierno a los Laboristas. Y lo ha hecho de manera masiva, casi brutal. La victoria ha sido inenarrable, por aplastamiento, como saben bien, pero creo que esa enorme victoria es sólo el reflejo del sindiós provocado por los gobiernos conservadores británicos en estos últimos catorce años. No cabía, desde luego, otro resultado posible. Desde que los ‘tories’ asumieron las aberrantes proposiciones euroescépticas, aquellas que promovía el UKIP del escindido Farage (que ha vuelto y por primera vez ha logrado acta en el parlamento, tras ocho intentos…), el declive político del Reino Unido ha sido una constante. Cameron, May, el irrepetible (espero) Boris Johnson, Liz Truss, Sunak…: en fin, una carrera de despropósitos.  

Todo esto ha sucedido mientras la ultraderecha ascendía en los sondeos (y en las elecciones de algunos países europeos). Ahí está el Reino Unido, en efecto, circulando una vez más en dirección contraria a lo que parece dictar la dinámica política del momento: el ascenso del populismo activado por la desafección, la propaganda y no pocas dosis de descontento social, inflamado, también, a través de las redes sociales. Mientras escribo, se cierran las urnas de la segunda vuelta en las elecciones francesas, convocadas a toda prisa, en un movimiento de dudosa precisión, por Macron. Y parece que Europa, y, desde luego, Francia, ha logrado salvar el gran órdago lepenista. La izquierda, quién sabe si pensando en lo que acaba de suceder en el Reino Unido, ha vencido con claridad en el país vecino, según los primeros datos, e incluso Macron, al que se culpaba de la llegada de una catástrofe para el país y para los suyos, habría logrado ser segundo, por encima de la ultraderecha. Francia no es cualquier país en la Unión Europea, de ahí la absoluta relevancia de estos resultados, si se confirman. 

Todo esto nos dice que el mundo es cada vez más pequeño y todas las elecciones nos influyen. No es casualidad que, en las últimas semanas, la campaña de las elecciones norteamericanas sea casi omnipresente en nuestros medios informativos. Las vivimos como si fueran algo nuestro, o poco menos, pero lo cierto es que ya son algo nuestro. Europa, en pleno esfuerzo por recuperar la agenda del progreso frente a posturas antediluvianas, se estremece ante la posibilidad de una segunda victoria de Trump. O, al menos, una parte importante de Europa. De ahí la alarma que Biden ha activado, dentro de las fronteras de su país, pero también fuera, con su pobre actuación en el último debate de CNN. La alarma es justificada, porque Trump ya gozaba de un suelo electoral muy relevante, a pesar de asuntos como el asalto al Capitolio, por citar uno de ellos. Pero ha sido fácil para él esta vez ensañarse con la edad y la salud del demócrata (como muy poco estilo, con muy poca elegancia, por decirlo suavemente). 

Se diría que Europa (y el resto del mundo, pero sobre todo Europa) contempla con gran incertidumbre esta situación de impasse que se advierte en las filas demócratas de los Estados Unidos. Biden, apoyado en el ‘lobby’ familiar, algo tan típico de la historia política de los presidentes norteamericanos, insiste en que va a seguir, e incluso, con aire épico, ha prometido hacer morder el polvo al republicano, que parece muy crecido. Se diría que aquí se dirime una cuestión bastante personal entre estos dos políticos de edad provecta. Y algunos se preguntan si, ni en un lado ni en otro, hay cantera suficiente como para ofrecer al electorado algo mejor. Trump ha acaparado la acción de los republicanos, en algunos casos en contra de la opinión de muchos de los suyos. Pero tiene votos y es difícil de descabalgar. Biden, que ha atravesado una legislatura difícil no exenta de errores, no parece tener un recambio inmediato. Ni siquiera Kamala Harris.

El panorama internacional, o sea, la Historia, influye muy directamente en nuestras vidas particulares, como dijo alguna vez Javier Cercas, aunque no lo creamos. La mirada doméstica y local nos toca directamente, de acuerdo, pero no podemos vivir sin tener en cuenta el contexto en el que nos movemos. Muchos, quizás por salud mental, se ahorran ese envoltorio global que llega a las pantallas cada noche, a las redes, a las páginas web. Hoy, es difícil la desconexión. Pero, además, es conveniente estar alerta. Y Francia, en esta segunda vuelta electoral, es un gran ejemplo de esta necesidad de no olvidar que, finalmente, somos los ciudadanos los que tenemos que cuidar de las democracias que con tanto esfuerzo se han ido asentando poco a poco. La historia de Europa (y por supuesto la nuestra) habla con claridad de momentos trágicos del pasado. Puede que la historia se repita, dicen algunos, aunque no de la misma manera. Y de ahí la responsabilidad de estar atentos. La responsabilidad de preservar los valores de la igualdad y la fraternidad, de la cooperación y la diversidad.    

Mientras Francia libra la penúltima batalla electoral a estas horas en las que escribo, pienso de nuevo en la aplastante victoria laborista de Keir Starmer, que, como dicen no pocos politólogos, es más bien la aplastante derrota de Sunak. Y Starmer lo sabe. Sorprende que el Reino Unido haya tardado tanto en reaccionar a sus graves problemas: desmantelamiento de la sanidad pública, política errática e insostenible en inmigración (la anulación del plan de deportación a Ruanda, primera medida de Starmer). Lamentablemente el brexit no se verá afectado, porque este laborismo ha girado mucho, no al centro, sino incluso a la derecha. Sólo un fracaso económico del nuevo primer ministro haría quizás plausible un retorno de UK a Europa, que sería lo razonable. No ocurrirá. O, mejor dicho: no ocurrirá de momento. Pero, a veces, la realidad se impone a las políticas emocionales, a las nostalgias imperiales y a las supuestas esencias patrias.

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