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Trump: cómo controlar los daños

27/01/2025
 Actualizado a 27/01/2025
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Los daños que puedan derivarse de la presidencia de Trump, no sólo para el mundo, sino para sus propios compatriotas (incluyendo los que le votan, o, sobre todo, ellos) se irán viendo con el tiempo, pero el magnate, como toda la gente narcisista y ávida de poder, tiene mucha prisa. Una semana después de su rocambolesca y surrealista toma de posesión, el señor de las altas torres ya ha dado varios titulares, comenzando por su kafkiana firma de las carpetillas que contenías tropecientos decretos, o incluso más, en plan enmendar la plana a todo lo que habían hecho sus antecesores, esa gente que nunca debió estar ahí, en su opinión. Una patética manifestación de poder. Una mirada vengativa, infantiloide, cargada de simpleza por parte de este plutócrata, algo que, por otra parte, no es una sorpresa para nadie.

Pero corremos el peligro de que las críticas a Trump y a su estilo de gobernar (si eso es un estilo de gobernar) terminen cansando al personal. Se dicen muchas cosas, todas muy semejantes, sobre su desempeño, especialmente en esta semana frenética, que parece el resultado de un calentón largamente alimentado. Es lo que tiene la política del sujétame el cubata, que a todas luces es la suya. No pasará su legislatura como un simple sarpullido (eso fue más bien su etapa anterior), porque ahora parece saber de qué va el tema, y sabe dónde puede hacer daño para conseguir lo que quiere, y para provocar el caos delicioso que tanto le subyuga.

Aun así, dejar a Estados Unidos como un país que no lo reconozca ni la madre que lo parió, es difícil. Hay muchos controles para limitar el excesivo entusiasmo del jefe y su tribu tecnológica, y están las cámaras, y las elecciones de medio mandato que vendrán. Él pretende hacerlo todo ‘hic et nunc’, aquí y ahora, porque teme esas elecciones, y porque esta gente no tiene paciencia. Me sorprende que algunos medios celebren que el magnate cumple lo dice, como las medidas de deportación que anunció con una extraña mueca de orgullo. Ha puesto en marcha arrestos y al parecer algunos vuelos, pero está por ver hasta donde puede llegar. Los líderes bocones, y Trump lo es, hablan mucho más de lo que hacen, porque su fuerte es la propaganda. Estamos ante la política de las emociones y las redes sociales, de ahí esos discursos trumpianos en los que repite sistemáticamente unas cuantas frases para la galería, la mayoría sin un significado concreto, en las que cuenta mucho más la música que la letra. 

Es peligroso, ya digo, que tantas críticas terminen en un silencio atronador, una mezcla de temor y resignación. No debería ocurrir. Trump pone en marcha, con contundencia, esa política amasada con amenazas (más o menos disimuladas), que podría traducirse en una especie de ‘bullying’ político. Se parece al matonismo del que hemos hablado en otras ocasiones, pero más bien es el fruto de esa superioridad que se atribuye su club de millonarios, convencidos de que son triunfadores en la vida porque lo han sido económicamente. Es una superioridad fundamentalmente masculina y blanca, a todas luces, que pone por delante el autoritarismo del dinero.

Trump llega ahora con esta cámara de adinerados que se sienten llamados a cambiar la faz del mundo, especialmente según dictan sus intereses. No ya Estados Unidos, donde han logrado dividir a la sociedad y convertir a esta democracia en un terreno abonado para la discordia, sino aquellos lugares del mundo que les preocupan. Europa, especialmente. Ya hemos visto la carga de profundidad de Elon Musk, al que en Europa no se le ha pedido opinión, y sus amistades peligrosas con el pensamiento ultra alemán. Europa ha respondido, como suele, de forma sosegada, pero no debería aceptar lecciones de quienes no pueden darlas. La libertad de expresión es extraordinaria, así debe ser, pero no si se utiliza para manipular a la gente. 

El ’bullying’ político, al que no le faltan imitadores, pretende establecer ‘tabula rasa’ sobre las bases de la democracia. Trump se comporta de manera individualista, y así lo hacen sus nuevos acólitos. Un individualismo que se sustenta en su carácter de magnates, lo que, al parecer, debe ser contemplado como un derecho para ejercer poder omnímodo. No creo, sinceramente, que una política como la de Trump pueda volver a hacer a América grande de nuevo, porque ese no es el camino. Tampoco lo es el proteccionismo económico, como se podrá ver. 

Su presidencia, y así fue también su campaña, parece estar informada por un nuevo expansionismo, que, ahora, retoma las cartas del imperialismo. Es kafkiano, va en contra del derecho de los países y las fronteras, pero, aunque sea por fastidiar un poco, Trump insiste. No sólo quiere grandeza espiritual o patriótica, afirmando que Estados Unidos está siendo humillado aquí y allá, y eso no puede ser tolerado. Quiere hacer un país mucho más grande físicamente (al menos tanto como Rusia, imagino), para asegurarse los recursos (de Groenlandia, por ejemplo), con las nuevas rutas comerciales que traerá el deshielo, y que ahorrarán muchas horas de viaje, a lo que añadiría, dice, hacerse de nuevo con el control clave del Canal de Panamá. Es el colmo de la osadía, y seguramente tiene más que ver con sus mensajes para la parroquia (el personal votante se desencanta con rapidez y hay que tener cuidado) que con sus verdaderas pretensiones (algún asesor razonable le hablará de ver en cuando al oído, espero). Pero quién sabe. 

El mundo no puede plegarse a esta revolución (sic) autoritaria y retrógrada, ni tampoco deberían hacerlo millones de ciudadanos norteamericanos, por más que tengan motivos para el desánimo con el devenir del Partido Demócrata. Algo que comprendo perfectamente. Incluso desavenencias crecientes con algunos elementos del pensamiento progresista. Todo eso es admisible. Pero ¿puede ser Trump la respuesta? ¿Podemos aceptar que la política narcisista, egocéntrica, que marca superioridades de clan (sobre todo económicas), que se apoya en el amedrentamiento, en el autoritarismo, y, en fin, en el ’bullying’ político a los más débiles, es algo de recibo? 

Las sociedades contemporáneas parecen moverse hacia los extremos, esperando que las soluciones maniqueas, simples, allanen el camino. No ocurrirá. Nada saldrá de esa mirada, salvo dolor y desigualdad. Ignoro por qué cada vez hay más gente atrapada por estas vacuas afirmaciones, por estas delirantes promesas. Europa se ve abocada no sólo al control de daños de la era que viene, sino a liderar el mundo libre, ante lo que parece el abandono voluntario de otros, más centrados en su propia y exclusiva grandeza. Europa debe poner manos a la obra cuanto antes. 

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