Que la vida no es un juego es algo que una empieza a descubrir al recibir los primeros zarpazos que te dejan noqueada y sin saber de dónde o porqué han llegado, a pesar de crecer rodeados de mensajes ‘inocentes’ de Mr Wonderful en los que «si no eres feliz es porque no quieres» al más puro estilo líder de la oposición. Efectivamente, no es un juego en el que se acaba la partida, tengas mal perder o peor ganar, y mañana empieza otro juego, sin rencores ni recuerdos que condicionen tu ilusión de volver a participar. En la vida tomas decisiones, tus decisiones que a nadie más corresponden, que siempre tienen consecuencias, esperadas o no. He aquí una de las encrucijadas del camino, una de tantas, asumir tu decisión y ser consecuente o tirar por el camino (o mejor dicho correr) de las excusas, las culpas y la anestesia de la conciencia para no asumir ni decisiones ni consecuencias. Vivimos en una creciente desafección de la asunción de nuestro propios actos y decisiones, en la cultura del «todo vale» nada tiene valor y perdemos el sentido olvidando porqué empezamos a luchar y cómo hemos llegado donde estamos. La memoria histórica es vital, no solo porque, como rezaba a aquella frase grabada en la entrada del bloque número 4 del campo de Auschwitz, «El pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla», sino también porque da sentido a nuestra propia vida. Decidimos todos los días y a todas las horas, decidimos qué opiniones lanzamos a los cuatro vientos y cuáles nos guardamos. Decidimos vociferar, recoger firmas, movilizar y esparcir odio ante la llegada de refugiados internacionales, que buscan lo que los españoles buscaron en otros tiempos en otros países, refugio, acogida, solidaridad y ayuda, y sembramos esas semillas de odio que otros se encargan de regar porque son ricos en medios e intereses y muy pobres en escrúpulos y humanidad. Decidimos abrazar el negacionismo de la violencia machista que la ultraderecha y su basura mediática difunden, y corearles el discurso zafio y mal intencionado que niega el terror que viven muchas mujeres por el simple hecho de ser mujeres, y en 24 horas llevamos cuatro mujeres asesinadas y dos niños. Decidimos que nos gustan los discursos de Milei demonizando la justifica social y dibujando una sociedad sin impuestos ni obligaciones, mientras protestamos por las listas de espera y el cierre de camas en verano, entrando de cabeza en el océano de la incoherencia sin darnos cuenta de cómo serían nuestras vidas y las de los que nos rodean sin el escudo social, que aunque imperfecto a veces, nos protege de la imprevisibilidad de la vida. Antes de ayer se celebró la primera vuelta de las elecciones legislativas en Francia, uno de los países fundadores de la Unión Europea y el partido ultraderechista de Le pen fue el más votado, y yo me pregunto, los que han decidido, porque a ellos y a ellas les corresponde esa decisión, ¿habrán valorado las consecuencias? y más allá aún, ¿las asumirán? o volveremos a entonar el eterno poema de Martin Niemöller: «“Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, guardé silencio, ya que no era comunista. Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, ya que no era socialdemócrata. Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, ya que no era sindicalista. Cuando vinieron a llevarse a los judíos, no protesté, ya que no era judío. Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar».
María Rodríguez es doctora en Veterinaria por la Universidad de León (ULE)