Jorge Brugos

Tu hija no está empachada, está embarazada

03/06/2024
 Actualizado a 03/06/2024
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«Ten cuidado porque el resto de los chicos no han recibido la misma educación que tú», le dijo un hombre a su hijo en una serie que vi el otro día. Esta escena ficticia y serializada representa uno de los grandes problemas de nuestra sociedad posmoderna en la que se acentúa esa expresión que advierte de que cada uno es de su padre y de su madre. No quisiera ponerme beatillo, pero una de las grandes consecuencias del relativismo moral reside en que lo que es ilógico para unos es cotidiano para otros; se han eliminado los patrones sociales comunes, los cánones civilizatorios que marcaban un factor diferencial entre los animales y nosotros. Tras la supresión de las fronteras nuestro lado salvaje ha devorado toda compostura humana reduciendo el temperamento a instintos básicos espontáneos. 

Habitamos en una sociedad hostil en la que nada es como antes, o al menos eso es lo que la difusión informativa del siglo XXI nos hace ver con noticias como la de la chica de dieciocho años que metió en el armario el tierno cadáver de su recién nacido. Parto autodidacta con un final funesto que casi se lleva por delante la propia vida de la madre y cuyas circunstancias han hecho incrementar sus catastróficas desdichas: parece ser que nadie de su entorno sabía que estaba embarazada. Creo que a todos nos ha dado cierto pudor preguntarle a una chica con un poco de tripa si esperaba un bebé no nos llevase esa indiscreción al error y esa panza presuntamente gestante no fuese más que fruto de un empacho alimenticio, pero no me deja de sorprender que ni su propia madre supiese que su hija estaba encinta. La chica se paseaba por ahí preñada y nadie sospechaba de su estado. Creo que más que timidez podríamos estar ante un claro ejemplo del individualismo crónico del que adolece este nuestro mundo.

Me recuerda, ahora que está muy en boga, a cuando la pequeña Asunta (esa niña de ocho años que sus padres adoptivos asesinaron fríamente) se paseaba por ahí medio drogada y nadie fue capaz de dar la voz de alarma. Casos como el que ha ocurrido en Valencia de Don Juan se podrían haber evitado si los allegados hubiesen practicado, aunque sólo fuese levemente, la fraternidad de la que se hablaba en la revolución francesa; ahora lo revolucionario es pensar en los demás aparte de en uno mismo.      

 

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