El domingo, 9 de marzo, Belén Cortés, educadora social de Castuera era asesinada por tres menores en un piso tutelado de Badajoz. Llegó a las 8 de la tarde para hacer su trabajo, como siempre. Cerró la puerta del centro a las 10:30 horas. Los menores se querían fugar. La única fórmula era conseguir la llave. Ahí comienza la tragedia. Ellos llegan a golpearla y estrangularla en varias ocasiones. Todo ello con el objetivo de escaparse del piso, algo que terminan logrando. A las 23:40 llaman a la Policía de Badajoz. Un joven angustiado alertaba de que dos compañeros acababan de dar una brutal paliza a la cuidadora del piso tutelado. El chico estaba en estado de shock. Pedía ayuda inmediata. Los agentes y las asistencias sanitarias se desplazaron al lugar donde sólo pudieron confirmar la muerte. Los agentes lograron que el muchacho terminase el relato: «Belén se desvivía por ayudarnos, ella había dado una orden de que era hora de irse a dormir. Dos de los menores varones que vivían en el centro, de 14 y 15 años, se sintieron frustrados y sin mediar palabra la atacaron. La emprendieron a golpes con ella, que estaba desprevenida, porque no esperaba semejante nivel de violencia». El testigo describe patadas, puñetazos y golpes por todo el cuerpo. Estrangulamiento con un cinturón. Belén logró sobrevivir al primer ataque y, aunque los dos menores la habían dado por muerta, seguía con vida. Ella, incapaz de moverse, tuvo el empuje para pedir auxilio. Los menores regresaron y, con todo su sadismo, volvieron a atacarla y a estrangularla. Ella volvió a sobrevivir al ataque. Luchó por su vida y pidió otra vez ayuda. Los dos menores, ajenos a su dolor y sufrimiento, esta vez sí la remataron. Todo sucede en la vivienda tutelada en la que residían por orden judicial. Con la educadora estaban en el piso: El menor que dio la voz de alarma. Una menor de 17 años que sólo presenció la agresión. Los otros dos menores acumulan todo un historial de delitos. Llevaban menos de un mes en el centro y habían desaparecido una semana antes de cometer el crimen. Uno de ellos, de 15 años, acarrea más de 50 robos de establecimientos y coches. El otro, de 14, está tutelado por haber agredido repetidas veces a su padre. Durante su fuga, pasaron varias noches en la calle, hasta que el 5 de marzo se alojaron en la vivienda de la madre de uno de ellos en Villafranca de los Barros. Allí perpetraron el robo de una cafetería. Eso facilitó su localización por las fuerzas de seguridad. La Guardia Civil les tomó declaración, pero al no estar disponible ningún fiscal de menores de guardia porque era fin de semana, los agentes entregaron a los menores directamente a la ‘pobre educadora’. ¡Vaya regalo! Ese fue el preámbulo de la terrible agresión y el asesinato. Consumado el crimen, los dos ‘jovencitos’, acompañados de la chica de 17 años, le robaron las llaves del Renault a Belén y huyeron. Cerca de Mérida tuvieron un accidente e hicieron autostop. Al llegar a la ciudad se separaron. A la chica la detuvieron a las 4:00 de la mañana y a ellos a las 8:00. A última hora de la noche, la jueza de menores envió, bajo la acusación de asesinato, a los tres detenidos a un centro de régimen cerrado.
Este es el relato de los hechos en los que coincide toda la prensa. «Fue un asesinato con saña» que ha conmocionado a la opinión pública por la edad de los adolescentes y por cómo se ha producido esta muerte violenta. ¿Cómo hemos podido caer tan bajo? No me extraña que los padres, los profesores y los vecinos de su pueblo se avergüencen de haber malcriado y maleducado así a semejantes ‘bestias’. No es un asesinato normal, fue un crimen despiadado, sádico y salvaje. El suceso ha puesto el foco en la gestión y condiciones de trabajo de los cuidadores en los centros y pisos tutelados donde conviven con menores que cumplen medidas judiciales y cada vez son más agresivos. Los educadores piden protección para evitar que vuelva a repetirse una tragedia similar. Esta vez fallaron todos los controles y alarmas. El famoso juez Emilio Calatayud cree que «ha habido demasiados fallos y que se tendría que haber tratado con arreglo a la ley. Deberían haber adecuado las medidas a la reinserción».
Belén tenía tan solo 35 años, con toda una vida por delante y un gran amor a los menores. Ella había denunciado a algunos por amenazas, pero seguía adelante dando su vida por esos niños con total dedicación y sin miedo. Murió como una mártir. Habrá un antes y un después de este asesinato. Hemos tocado fondo. La situación ya no puede empeorar más. Su muerte será muy eficaz para ayudar mejor a los menores. Su localidad natal, Castuera, fue un clamor. Shock, disgusto, tristeza, pero también rabia e impotencia. Su alcalde lo aclaraba: «Estamos muy jodidos». De manera espontánea, sus cinco mil vecinos salieron a la calle a llorar su muerte. Esto aliviará el gran dolor de sus padres, a los que enviamos nuestro abrazo. La muerte de su hija servirá para que mejorare, en el futuro, la reinserción de miles de menores tutelados.