No pasan desapercibidos, no. Y no solo por sus ropas –que también, claro–, sino, sobre todo, por la alegría que transmiten a través de sus canciones con bandurrias, laúdes, guitarras, panderetas –mira que me gustan, y más, si cabe, cuando las bailan–… y unos cuantos instrumentos más, algunos de los cuales ni siquiera sé cómo se llaman. Son tunos, y son herederos de una antigua tradición –que se remonta tal vez al siglo XIII– ligada a la universidad.
Las tunas llevan rondando por las calles de León desde antes –mucho antes– de que en 1979 se fundara nuestra universidad, en la que a comienzos de este siglo coexistían cuatro –la Universitaria, la de Derecho, la de Veterinaria y la de Agrícolas– que, a finales de 2003, deciden unirse. Se constituye entonces la ‘Tuna de la Universidad de León’ –el acta se firma el 10 de diciembre–, que sale por primera vez –y se considera su fundación– en febrero de 2004. Y, aún más tarde, nacerán la tuna femenina y la cuarentuna, integrada esta última por antiguos componentes.
Veinte años, pues, ha cumplido en este 2024 la Tuna de la Universidad de León –tal y como hoy la conocemos–, que forman en la actualidad una treintena de componentes, a los que hay que sumar muchos más que, sin participar ya en el día a día, se unen en ocasiones especiales.
Me lo contaban hace algún tiempo en uno de sus ensayos, al que tuve ocasión de asistir. Les había visto por los bares y en actuaciones –sin ir más lejos, en el certamen de León, uno de los más emblemáticos de toda España–, claro; pero esto era muy distinto... Da gusto oírles –te prometo que no me puse a cantar, y eso que ganas no me faltaron…–, cosa que ya sabía; pero lo que más me llamó la atención fue la ilusión que transmitían, tanto los más mayores –con décadas de experiencia– que, a buen seguro, terminaron la carrera hace ya tiempo..., como los más jóvenes, que acabarán de comenzarla.
La tuna –me decían los veteranos– «es una escuela de vida». Tiene que dar gusto poder aprender en ella…