Cuando yo era niño, había una serie de ciencia ficción en la tele (en la cadena Uno y casi la única), que se llamaba «El túnel del tiempo» en la que dos científicos viajaban aleatoriamente a través del tiempo cayendo en diferentes épocas, coincidiendo con figuras auténticas tan variadas como Marco Polo, Hernán Cortés, Napoleón o Billy The Kid, o con personajes mitológicos como Ulises, Robin Hood o Merlín y Arturo; y en ocasiones intentaban evitar desastres históricos –en el primer episodio aparecen a bordo del Titanic justo el día en que va a chocar contra el iceberg– pero, obviamente, sin conseguirlo. Realmente, esa serie se adelantó en el tiempo, porque cincuenta años después esa misma cadena programó ‘El Ministerio del Tiempo’ con una trama similar. Aquella otra era ciencia ficción americana de los años sesenta, con medios americanos, doblaje americano y visión de la historia muy americana, claro, pero nos entretuvo mucho, la verdad.
El otro día me acordé de ella, y no fue por nostalgia. De hecho, no fui yo quien la mencionó, sino un conocido que viajaba en el mismo tren en que viajaba yo; precisamente, el mismo tren en el que mi familia y yo íbamos y volvíamos de León a La Vecilla y de La Vecilla a León durante todos los veranos de los años sesenta y setenta. Bueno, no sé si se puede decir que es el mismo tren porque, reinterpretando a Heráclito, ni las máquinas, ni los vagones, ni las paradas, ni siquiera los viajeros somos los mismos. Únicamente las montañas que sirven de telón de fondo al trazado del tren parecen permanecer inmutables.
Pero ya digo que no fui yo quien se acordó de esa serie y que no fue por ningún ramalazo nostálgico, aunque la cantidad de incidentes y averías que últimamente he tenido ocasión de presenciar en este tren a veces me hacen recordar la precaria tecnología del siglo pasado. Y fue uno de esos incidentes, en este caso uno sin mayor importancia, lo que motivó que mi conocido se acordarse de aquella antigua serie.
Todo fue por culpa de la megafonía, como los conciertos en el estadio del Real Madrid. Las unidades de este tren van equipados con un servicio de megafonía que, cuando funciona, mantiene informados a los viajeros de la proximidad de las sucesivas estaciones y apeaderos. Para empezar, al salir de León; bueno, salir, salir, lo que se dice salir no sale del mismo León, de la llamada Estación de Matallana, sino del tercer apeadero después de esa estación, lo cual no es un incidente menor, sino un grave contratiempo que llevamos sufriendo todos los usuarios desde hace trece años y me temo que lo seguiremos soportando muchos años más, si es que algún día se soluciona.
Al salir de León, digo, se oye por los altavoces una voz metálica que dice: «Este tren tiene como destino... (pausa) Guardo Apeadero», y a partir de ahí va anticipando las diferentes estaciones. Lo que sucedió el otro día es que la cinta o el disco o el soporte que sea de la grabación se atascó y cada vez que salíamos de una estación repetía la misma letanía: «Este tren tiene como destino... (pausa) Guardo Apeadero».
Como tenía por delante casi veinte paradas hasta La Vecilla (algo de nostalgia tenía, sí, pero controlada) ya me estaba poniendo de los nervios. Por suerte, la cinta enhebró bien al salir de San Feliz de Torío, con la salvedad de que inició los anuncios como si acabáramos de salir de León, por eso escuchamos «Próxima parada... (pausa) Villa Romana», cuando en realidad estábamos llegando a Palazuelo de Torío, cinco paradas más adelante. Esa guasa fue la que le dio pie a mi conocido para exclamar «¡Esto es el túnel del tiempo!». Nosotros nos reímos, pero si por casualidad un viajero se hubiese quedado un poco adormilado y se espabilase al oír el nombre de su estación, por ejemplo: «Próxima parada... (pausa) Garrafe», no creo que le hiciera mucha gracia comprobar, al bajar del tren, que en realidad estaba en Naredo de Fenar y Garrafe había quedado cinco paradas atrás.
También tuvo su gracia lo de la semana pasada. Por lo visto, la cinta o disco donde están grabados los mensajes cambia de una unidad a otra porque, dependiendo del horario, también varía la estación de destino del tren. Lo que ocurre es que la tecnología la carga el diablo y hace una semana tuvieron que cambiar la unidad pero no cargaron la grabación correspondiente y al salir de León oímos: «Este tren tiene como destino... (pausa) Cistierna». En ese momento una señora que estaba en el asiento de al lado se levantó muy sobresaltada diciendo «¡Que yo voy a Guardo!», y se quería tirar del tren en marcha. Tenemos ya tan asumido que las máquinas no se equivocan que nos costó un poco convencerla de que la que estaba equivocada era la grabación y no ella.
Con todo, mi anécdota favorita (de entre las graciosas, porque lo de los autobuses de enlace que o no llegan o se pasan, no tiene ni puta gracia), fue la vez que debieron de traer una unidad desde Asturias y de repente oigo por la megafonía: «Próxima estación... (pausa, ho) Sotrondio». Ni que decir tiene que pegué un salto como si se hubiera roto un muelle de mi asiento: «¡Que vamos a Pola Laviana, cagunmimantu, vaya fiestón!». O quizá no, quizá íbamos en sentido contrario, hacia Sama de Langreo, como cuando yo iba a ver a una querida amiga en los años setenta. ¡Eso sí que hubiera sido un túnel del tiempo! Afortunadamente, fue una falsa alarma; afortunadamente porque, recordando otra vez al puñetero Heráclito, está claro que ni mi amiga ni yo estamos ya para volver a bailar el mismo baile.