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El turismo no es un gran invento 7 / Hoy: el vigilante de museo

11/08/2024
 Actualizado a 11/08/2024
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He aquí una categoría en sí misma, un arquetipo del mundo profesional y, si me apuran, de la cultura entendida como una de las bellas artes. El vigilante de museo es, además, un icono habitual de caricaturas, películas, narraciones y demás chucherías, casi siempre para escarnio y mofa de su condición de persona inactiva e impertérrita rodeada de las obras insignes de seres más laboriosos y dotados que él. Se diría un paria, y no. No hemos venido aquí para aumentar la nómina de sus detractores sino para defenderlo de ellos. 

Con ‘vigilante de museo’ no cabe confundir al vigilante de seguridad, que por la mera posesión de armamento y uniforme (o uno de ellos) pasa a distinguirse entre los humanos con augusta autoridad. Nos referimos al menos militarmente acicalado, a menudo con sencilla e imperceptible acreditación, y cuya cortesía vocacional se ve amenazada constantemente por el ejercicio de derechos ciudadanos de forma avasalladora o ignorante hacia reglas comúnmente admitidas, repetidas en cartelitos que nadie lee y en parrafadas que nadie escucha. Porque el público de los museos es, a menudo, enemigo de sus normas, y su celoso guardián tiene dos opciones: ser o no ser. Soportar las flechas y pedradas de la áspera Fortuna o armarse contra un piélago de adversidades y darles fin. Esa es la cuestión.

Ante tan danesa disyuntiva abundan las historias míticas sobre su cordura y reacciones. Se dice de aquel vigilante que, condenado a contemplar día tras día la misma y única obra (una excelsa y decorada cerámica antigua) presente en el centro de una pequeña sala, acabo por arremeter contra ella armado de un martillo. Se habla de aquel que, dormido al fin tras horas de vigilia inmóvil, fue retirado a almacenes cual obra contemporánea viva. Se profieren muchas y fantasiosas leyendas en las tripas de un museo, pero entiendan ustedes que es sitio donde se colocan cosas viejas y apreciadísimas que no se deben tocar. Más o menos la sala de estar de la abuela, también escenario de abundantes cuentos y mitologías.

El visitante de museos, por su parte, merece también comentario: a muchos de ellos no les interesan o, si lo hacen, practican tal afición en contados viajes u ocasiones, siendo así que acudir a estas salas resuelta de buen tono y obligación social, y su empeño ha de refrendarse con objeto caro y absurdo (ver capítulo dedicado al suvenir).

La cósmica colisión entre foráneo ocioso con apretada y urgida actividad y aborigen laborioso de tempo y letárgica compostura pero no menos esforzada misión es capaz de provocar ondas expansivas de magnitud sideral. Por fortuna, lo habitual es una relación jovial y sentenciosa que, por obra del sereno ambiente de un museo, convertirá a ambos en amigos para siempre ‘Means you’ll always be my friend, amics per sempre…’ Añadan ustedes las distintas lenguas del orbe. En audio-guía.

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