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El turismo no es un gran invento 8 / Hoy: los suvenires

18/08/2024
 Actualizado a 18/08/2024
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Con sinceridad, entre nosotros: viajar se viaja para contarlo. Para decírselo a los demás. Porque viajar, en general, es cansadísimo y molesto (y caro), pero contarlo se cuenta cómodamente en cualquier parte, en el sofá de casa o en una terraza con una birra y unos cacahuetes, por ejemplo. Si no hay nada mejor para dar rienda suelta a la memoria que una magdalena, no hay nada mejor para certificarla que un suvenir. Es menos literario y más directo y probatorio, testimonio fehaciente del viaje que será narrado con prolijos detalles y circunstancias tópicas al primer incauto. En francés es un souvenir, de souvenir, que significa, claro, algo que viene por bajo de. ¿De qué? No pregunten, es francés.

El origen de los recuerdos entendidos como objeto metonímico se remonta a la prehistoria más antigua, sospechándose de muchos artefactos recuperados por la disciplina arqueológica una explicación vinculada al afán por retener tiempos anteriores y episodios pasados de la vida de sus poseedores. Ya entonces se viajaba y, aunque no fuera por vicio seguramente, acababa también por contarse alrededor de la ancestral hoguera. El ser humano es pesadín por naturaleza.

La idiosincrasia actual de los recuerdos a la venta, sin embargo, coincide poco con la calidad y categoría de aquellos objetos o, al menos, con la que les atribuimos, pues el tiempo lo dignifica casi todo y día llegará en que veamos en el plástico de hoy un plástico pretérito y museable. Actualmente los comercios dedicados a tan noble propósito se abarrotan de elementos polícromos y multiformes, en general portátiles, bien de pequeño tamaño bien ponibles, esto es, vestibles, buscando un cómodo acarreo que no transgreda las frugales medidas del equipaje de cabina. Camisetas con dichos más o menos ingeniosos vinculados arbitrariamente a la tierra de su adquisición por a saber qué históricos argumentos (celtas, latinos y medievales en especial, pues apenas constan otras épocas con peor outfit), tazas con dichos clásicos del tipo «Llegué, vi y me fui» o shakespearianos: «Drogas tengo», etc. Aún existen románticos que buscan postales en papel y pagan por ellas. Gutenberg os bendiga.

Y, al fin, los imanes. Los imanes son la última estación (virtualidades digitales al margen) del suvenir. Su agraciado diseño frecuenta los clásicos emparejamientos lugar/icono, por ejemplo: París/torre, Roma/coliseo, Madrid/libertad. A tales resplandores monumentales se adhiere, no siempre con la firmeza deseable pero con sobrante ración de adhesivo, un negro imán circular (a menudo de tamaño desmedido) con que evitar su despeñamiento y rotura cuando el objeto completo sea ligado indefinidamente a la puerta de la nevera, de donde caerá con el tiempo, a causa de un portazo pasional y culinario, destruyéndose. Como el mismísimo recuerdo del viaje. Finis gloriae mundi.

 

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