El próximo jueves 20 de junio, a las 22.51, tendrá lugar el solsticio de verano. Arranca la estación estival, aunque la meteorología no parezca indicarlo en varias zonas de nuestro país.
Y a estas alturas; quien más, quien menos; ya ha elegido un lugar donde descansar durante sus vacaciones o tiene en mente diversos planes para ocupar y disfrutar sus días libres.
Parece que muchos españoles, empujados por las subidas desorbitadas de precios y la inestable situación actual, han optado por un modelo vacacional más barato. Por ejemplo, las reservas tienden a ser de menor duración y en destinos más cercanos al domicilio habitual.
Por otro lado, en esta época se hace más notable la masificación turística hasta convertirse en objeto de críticas y protestas en cada vez más puntos de nuestra geografía.
Los residentes de las localidades más afectadas solicitan que se tomen medidas para controlar lo que consideran un serio problema de convivencia para la población local, por no hablar del impacto que causa sobre el medio ambiente la construcción de hoteles y pisos destinados a satisfacer la demanda de alojamiento.
Sí, esos pisos turísticos que en los últimos años están generando polémica por contribuir en gran medida a inflar los alquileres.
Esto favorece a los dueños de los inmuebles y a quienes se embolsan el dinero que genera el turismo, uno de los motores de la economía.
La otra cara de la moneda son los ciudadanos que soportan las molestias asociadas y también quienes intentan adquirir o alquilar una vivienda como domicilio habitual.
En algunas zonas ha llegado un punto en el que el precio del alquiler supera al del sueldo. Inasumible.
Esta problemática tiene su raíz en una mala gestión encaminada al puro beneficio económico. Ni los ciudadanos ni los visitantes tienen la culpa. Tampoco son tenidos en cuenta, para no variar.
Urge establecer unos límites que permitan eliminar ese sentimiento creciente de turismofobia que no conviene a nadie, alimentarlo puede resultar peligroso.