La semana pasada nos hacíamos eco de algunas obras divulgativas sobre los últimos descubrimientos científicos que parecen probar la existencia de Dios. El Big Bang, ya incontrovertido, y la observación de la expansión del universo y de su tendencia a la entropía, acreditan que éste surgió de una partícula elemental antes de la cual no había nada. Y como la nada no puede hacer surgir nada, se constata que, como han sostenido todas las civilizaciones a lo largo de la historia de la humanidad, el universo ha sido creado.
Por su parte, el descubrimiento de que constantes infinitesimales, imposibles de atribuir al azar, son absolutamente necesarias para que exista el universo y para que en él haya podido surgir la vida, acredita la existencia no sólo de un principio creador, sino de un diseño inteligente.
Las obras citadas, todas ellas de autores que provienen del ateísmo empírico y materialista, pueden consultarse en mi columna anterior, fácilmente disponible en la web de este periódico.
Sin embargo, aunque se llegase a probar, o se haya llegado a probar ya, la existencia de Dios, y aunque, andando el tiempo, ello provoque la consecuente revolución del pensamiento, las posturas contrarias subsistirán incluso contra la razón y la ciencia. Simplemente porque en ellas pesan más los argumentos emocionales que los racionales.
Si una riada en Valencia puede arrasar cientos de vidas en una tarde cualquiera, si la injusticia domina la Tierra, si, al fin al cabo, experimentamos el sufrimiento y la muerte, entonces es que Dios no existe (ateísmo); o que pasa de nosotros (gnosticismo); y en todo caso no merece la pena ocuparse de la cuestión (agnosticismo). Un físico dirá que estos argumentos no son científicos, pero da igual, porque son argumentos que pesan en el corazón mucho más que la razón y las pruebas. El vuelco consistirá en que serán los creyentes los que se apoyen en la ciencia, y los ateos, gnósticos y agnósticos, los que basen en sus emociones.
Experimentar en uno mismo, y no en laboratorio, que Dios no sólo existe, sino que tiene un plan amoroso para cada uno de nosotros, y que da sentido al sufrimiento y a la muerte, requiere una búsqueda más allá de la ciencia. Ésta, eso sí, puede ponernos en camino.