04/02/2023
 Actualizado a 04/02/2023
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Yo tenía una vecina que se llamaba Josefina. Era de esas compañeras de vecindad de las que te hablan los de antaño cuando relatan el deterioro de las relaciones de proximidad con los vecinos.

Con Josefina repasabas la vida en el rellano de la escalera para departir: lo mismo sobre la mejor manera de preparar las croquetas sin que el bechamel quede grumoso o acerca de vivencias de niñez en un tiempo donde las penas parecían más livianas. Nuestra compañerina de al lado admitía que te metieras en su casa sin miedo a reproches, simplemente porque ella entraba en la tuya con ese desparpajo e inocencia de la gente descomplicada, no importaba si la cocina lucía un impecable orden impoluto o si los cacharros se apilaban hermanados en el fregadero en flagrante desorden. A veces, mi hija escuchaba sus carcajadas ante la tele del salón, siempre muy alta debido a una incipiente sordera, Rebeca se lamentaba por el ruido, pero poco, al fin y al cabo era Josefina, la proveedora oficial de caramelos. Siempre había alguno para ella o su hermana.

Pero un día, la sonrisa de Josefina comenzó a quebrarse. Estaba cansada. Llegó el pañuelo en la cabeza ocultando la ausencia de otrora un espeso cabello negro, las náuseas, dejó de escucharse retumbar el tabique, y un día se hizo silencio en el piso de al lado. Cesaron las conversaciones en el rellano.

Nunca he entendido del todo que algo tan nefasto pueda ser objeto de una celebración, pero reflexionándolo bien es entendible que una enfermedad tan devastadora sólo sea posible afrontarla desde la serenidad y fuerza de ánimo. Celebrar hoy este día supone plantarle cara. Es recordar que aproximadamente uno de cada dos hombres y una de cada tres mujeres tendrá cáncer en algún momento de su vida. Que cada año se diagnostican en el mundo más de 14 millones de casos nuevos de una enfermedad que provoca 9,6 millones de muertes al año. Se trata de una cuestión que nos afecta a todos.

Pienso que las personas enfermas de cáncer agradecerán un gesto de alegría en la lucha. Y es que el único modo de enfrentarse a él, quizá sea desde la fortaleza entusiasta del que no puede rendirse: el superviviente, el héroe imparable que confía en la victoria. Que actúa con inteligencia, que toma la cautela de hacerse pruebas de detección, y que cuando el enemigo ya acecha o anida, se apoya en los seres que le quieren y le ofrecen fortaleza en la lucha. La esperanza en la curación y en el excelente plantel de oncología que hay en nuestros hospitales y la búsqueda de aquel porqué al que aludía el célebre fundador de la logoterapia, Viktor Frankl, superviviente de Auschwitz: «Quien tiene un ‘porque’ para vivir encontrará casi siempre el ‘cómo’».

Conozco a una joven madre que acaba de superar el suyo, gracias a su bebé, la pequeña Vera.
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