Cada vez tengo más amigos que están pensando seriamente en comprar o alquilar una casa en Portugal. El asunto, en realidad, viene de lejos. De cuando estas personas empezaron a ver con un nuevo pesimismo el futuro de España. Cuando consideraron que nos esperaban tiempos de crecientes desencuentros, y no me refiero solo a los aspectos económicos, que también. Se trata sobre todo de un hartazgo cada día más insoportable, de índole política y social. Consecuencia de un enfrentamiento lamentable, injustificado, pero creciente. En España estamos aprendiendo a odiarnos mucho, y esa verdad, tan inesperada por otra parte hace unos cuantos años, ahora es inaguantable. Basta asomarse –mejor no– a las redes sociales y observar la cantidad de estupideces que acaban produciendo el odio, la falta de cultura, de objetividad, de cordura incluso. Nunca fue tan grande la necedad, nunca tan falsaria y triste su mecánica. Hemos caído bajísimo, esto es una desvergüenza inconcebible, y muchos ciudadanos, asqueados de esta continua siembra del odio, del rencor y el resentimiento, no solo empiezan a apartarse del uso maniqueo y rabioso de las redes sociales (obviamente, hay otros usos honorables y razonables), sino que, de rebote, se cansan también de nuestro país y de su clase política. Del infame discurso que siempre divide, miente y aburre. Entonces algunos se dicen: «Me voy a Portugal. No quiero seguir viendo (o escuchando a mi pesar en locales públicos) programas de radio o televisión de basura política, no quiero esta falta de sensatez, de equilibrio, de moderación, de diálogo, de respeto». Y se interesan por los precios de las viviendas lusitanas.
Así empieza la liberación del odio. No solo eso: cuanto más hacia el interior del amable y vecino país dirijan sus miradas los compradores, más felices se sentirán. Más a gusto consigo mismos. Más alejados de las perniciosas costumbres incívicas que se han instalado con fuerza en España, –más en sus políticos que en sus ciudadanos– en las últimas décadas. Desde los nacionalismos secesionistas radicales, hasta la resurrección de los enconos de la guerra civil. Este país nuestro tiene una infame tendencia a la animadversión, al ajuste de cuentas, a la manipulación de la historia y a muchos otros enfoques nefastos que son inconcebibles en una nación tan educada, cordial y sensata como Portugal. Y eso que es bastante más pobre que nosotros. Pero a ellos les sobra con la riqueza del respeto y de la moderación, que es mucho más valiosa.
Una casa en Portugal
14/06/2020
Actualizado a
14/06/2020
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