22/09/2024
 Actualizado a 22/09/2024
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Hace años tuve que estudiar un mamotreto sobre meteorología de más de trescientas páginas. No me fue agradable. De hecho, fueron las trescientas páginas más atragantadas de unas tres mil totales, y vaya si es cantidad para varias indigestiones. Pero eso no quiere decir que no me deje maravillar por los grandes fenómenos meteorológicos y astronómicos, que me dejo. No como para dedicarme a fotografiar todo lo que veo en el cielo con intención de enviarlo al Telediario sino por un motivo superior.

Los grandes fenómenos son una manera grandiosa de unir a personas en la distancia. La luna y el sol son los mismos para una familia separada por siete mil kilómetros y mirarlos a la vez conecta a sus miembros. Los vientos que recorren rincones de valles enteros cuando no saltan de un continente a otro, las mareas que afectan a los pobladores de una costa entera y las tormentas que descargan sobre todo un archipiélago destacan el mismo principio. Somos pequeños y nacemos y morimos individuos, pero esos puntos de fuga, esas cuerdas y esos paraguas comunes nos dan motivos para creer que formamos parte de algo múltiple y que no nos hayamos demasiado lejos unos de otros.

En la Península sucede que las lluvias rara vez coinciden en las dos vertientes, atlántica y mediterránea. Si llueve en la mitad atlántica hace tiempo despejado en la mediterránea, y viceversa. El Sistema Ibérico hace de muro orográfico de dos caracteres opuestos, dos Españas desideologizadas, pero incluso aquí, en alguna ocasión, si una borrasca poderosa cruza la Península o si hay embolsamiento de aire frío en altura sobre nuestra vertical puede llover en todo el territorio simultáneamente y mojar a cuarenta y muchos millones de personas a la vez, que deberían danzar bajo la lluvia si no tuviesen otras preocupaciones. 

El aumento del nivel del mar o de la temperatura terrestre son la cara feusca de una globalización meteorológica que nadie ha venido a bautizar, que nos precede y nos sucederá. Utilizar la paradójica realidad que pone delante de nuestras narices con ese fin vincular, para sentirnos unidos, puedo hacerlo todo el que quiera.

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